Hace unos años me contaron del triste o cómico destino de un custodio. Afectado –según la expresión– a la vigilancia de una de las puertas laterales del Congreso de la Nación, en las duras épocas de 2001 intentó disuadir a los manifestantes de la pretensión de arrojar huevos, tomates y otros comestibles del puesto que resguardaba, o trató de impedirles que ingresaran al noble edificio con el propósito de manducarse a los diputados que allí se hallaban. Mi memoria es imprecisa, pero al parecer el custodio, ante la presencia temible de la masa alzada, sintió un ataque de inmortalidad, separó las piernas, se afirmó bien, levantó los brazos y dijo: “¡Aquí no pasa nadie!” o “¡Aquí no se tira nada!”. En vez de admirar el elegante modo en que el caballero encarnaba al Hombre de Vitruvio (véase Leonardo y la divina proporción en Google), un manifestante aprovechó y lo desmoronó aplicándole un puntapié en los fundamentos. No sé qué hicieron los exaltados luego, la historia con mayúsculas no lo registra, pero sí me enteré de que el jefe del custodio, al verlo desparramado en el piso, le dijo: “Ah, no, pibe. Vos no estás para estas cosas. Lo tuyo es la custodia de la Biblioteca”.
Una idea clásica, que separa el pensamiento de los trajines del cuerpo, y que a su manera dramatizó Borges cuando vigiló ciego e insomne los pasillos de la Biblioteca Nacional, cargo que la Libertadora le confirió menos por sus méritos que por su “resistencia” al peronismo, que casualmente ahora gobierna y que –¡mirá vos!–, no abjura ostensiblemente del vate ciego y que tuvo el tino de elegir como su lejano sucesor al que es sin duda el mejor director de la Biblioteca Nacional de los muchos últimos años: Horacio González.
Es curioso como al mundo le gustan los paralelismos y las simetrías. El custodio bibliotecológico recibió tantos huevazos como los que liga ahora González por su delicadísima misiva –de serenas resonancias balbinistas– al director o algo así de la Feria del Libro, solicitándole que repiense la posibilidad de cederle al dinamitero Nobel liberal Vargas Llosa la palestra para que en el discurso inaugural de la Feria –convertido en un personaje de La tía Julia y el escribidor, así la letra escribe a los autores–, este profiera sus previsibles huevadas antikirchneristas.
Como el lector recordará, Borges fue disminuido de su cargo de bibliotecario barrial y elevado a la condición de inspector de aves y corrales con el primer peronismo, así que vivió el destino del custodio, pero invertido.