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Las semanas de Peicovich (10)

Por ahora al Homo le cuesta dar pie con bola

El escritor y periodista trae a Perfil.com su resumen semanal. Este domingo escribe sobre las épocas, los informados y los medios.

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Sí, las épocas son mortales. ¿Cómo no habrían de serlo si la rellenan con nosotros? Pena no poder asistirlas en su marcha. Sanarles el cuerpo. Frenar su desviación. Curar sus malos hábitos. Dejarlas presentables cuando cumplido su ciclo arriben asombrosas a reemplazar la actualidad que envejeció.

No. Por ahora al Homo le cuesta dar pie con bola. Está informado (y parlotea de lo lindo sobre lo feo que le va) pero salvo en repetir, no arriesga en nada. Filosofa sobre lo pringoso y absurdo del capítulo terrestre, pero no cambia de género. Cine, televisión, gabinetes de gobierno, ahondan con fruición en series negras. Les place mantener el suspenso, crear monstruos, echarnos a la cara baldes de sangre real de Africa, o de tomate en Hollywood.

Practicar el tiro al pichón contra el más débil de la comarca es el clásico más firme del folklore mundial. No hay modo de saltar de esta cinta sinfín. Darse al reclamo o al ejemplo, suena a tonto. Hitler tiene más prensa que Gandhi. Los monstruos no llegan a la punta del rating sin la millonada de monstruitos que forcejean para elevarlos. Esta deformación colectiva que se supone es la historia, no pasa de historieta. Negra. Con más globos copados por interjecciones como “bang”, “pum”, “crash”, que frases con sentido. En aguantar este protocolo se va la vida de la especie. Todavía vivimos en su antesala, no en su realización. Por no reaccionar seguimos ignorando como viene la mano de la historia del país que nos toca, y del mundo que también nos toca. Solo nos es dable aprender de la televisión como ser más imbécil, vacuo y víctima gustosa cada día.

Vivimos en mayor desorden que un gorrión, un eucaliptos, un oso carolina. Aves que emigran en formación sobre nuestras cabezas lo hacen siguiendo un plan de vuelo colectivo y preciso. Cuando un depredador se ensaña con un cardumen de cornalitos, no hay queja ni reclamo al pacto San José de Costa Rica. Sus adultos no chillan: actúan. Un mensaje relámpago atraviesa a sus individuos que ipso facto se apelotonan por edad agrupando a los más jóvenes en el centro y a los cornalos gerontes en la superficie más expuesta de la bola. Se ofrecen en sacrificio por edad. Practican la “humanidad” que nosotros evitamos en las secuencias urbanas que piden nuestra acción no nuestra queja. No se hacen los osos (de ser cierto que ellos ”se hacen”) Pese a su extrema fragilidad los cornalitos responden a un mandato sagrado y se entregan en sacrificio.

“Los niños y las mujeres primero” fue un amago de realización cornalita que para nuestra vergüenza perdimos hace tiempo. Hoy los primeros que atrapan los salvavidas y huyen en los botes para 50, son las integrantes del directorio, los miembros del gabinete, los capos de la comisión directiva. Los bárbaros no sabían que eran bárbaros. Nadie dijo jamás “Estoy orgulloso de ser medieval” El presente no se puede etiquetar pues nadie sabe que diablos es, ni hacia donde va, ni de dónde vienen los tiros. Quienes arriben tras nosotros y reciban como torta en la cara el desastre que dejamos, analizarán los escombros y catalogarán nuestro paso por el mundo. ¿Qué dirán de nosotros? Puede que la etiqueten como la época del chanchito enjabonado. La de los 7.000 millones de chanchitos enjabonados. 40 del Coño Sur. Sí, yo incluido. No faltaría más.

(*) Especial para Perfil.com