Acaso sea una saturación de privacidad, y no exactamente un sentimiento de impunidad lisa y llana, lo que la vida en los countries promueve y solventa. Quienes habitan en barrios privados o en clubes privados y cometen algún crimen al amparo de esos cotos se consternan al ver llegar a la fuerza pública, se asombran al notar que lo que han hecho ha tomado estado público. Les parecía un asunto cerrado, tan cerrado como su hábitat.
La noticia de que una mujer ha sido asesinada trascendió una vez más en estos días allende los alambrados y las casetas de control. El viudo flamante, tan sospechado como sospechador, da la cara y suministra una declaración de doble filo: es inocente, dice, no la ha matado; pero dice también, y de inmediato, que era un cornudo cabal y todo el mundo lo sabía. Se disculpa con lo primero, como es usual hacerlo; con lo segundo arrasa las fronteras de lo público y lo privado, un poco se confiesa (se confiesa engañado) y un poco acusa (acusa a la occisa: la acusa de engañarlo). ¿Qué nos quiere decir con esto? ¿Que no la mató pero debería haberlo hecho? ¿Que no lo hizo pero no le viene del todo mal? ¿Que le ganaron de mano? ¿Que le adivinaron la intención? Su abogado, el defensor, lo aclara con más precisiones: si el consorte hubiese querido castigar con la muerte la felonía de su mujer, lo habría hecho –dijo así– mucho antes.
La historia del crimen apenas empieza y el público en general, como es costumbre, teje sus conjeturas con lo poco que sabe. Con las fotos de la boda que salieron en los medios, saca conclusiones presurosas. Entre ellas, una inquietante: que el marido encornetado se cansó y la mandó a matar. Así razonan los improvisados detectives, pero ¿cómo es que suponen que pueda haber un crimen que sea pasional y por encargo? Un crimen pasional, que es puro impulso y arrebato, que es desborde y es ceguera, ¿cómo podría contratarse en la fría negociación de una mesa de semblantes turbios? ¿Cómo podrían combinarse la furia pasional y el regateo, cómo podría un sujeto del pathos delegar y transferir la fuerza que lo atraviesa? Un crimen en frío, vaya y pase, pero ¿un crimen pasional?
La sola existencia de esta hipótesis nos indica hasta qué punto las pasiones están entre nosotros en franca declinación. Convendría recordar que incluso al crimen más pensado y con más plan lo puede ganar en definitiva el rapto impulsivo del horror del humillado. Convendría leer primero Emma Zunz, y después sí leer los diarios.