COLUMNISTAS
EL DESPERTAR ARABE

Por la democracia

Cuáles son las consecuencias del mayor hecho político y social del siglo. Las diferencias entre Túnez, Egipto y Libia. El rol de Estados Unidos. Claves para lo que vendrá.

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Estimado lector, los temas que abordaré son, con frecuencia, complejos, con muchos actores que intervienen y con una dominación de grises sobre los blancos y negros. A menudo el matiz será más útil que la afirmación categórica. Por eso, prefiero ordenar el texto con un estilo de memorando, para que cada idea quede lo más clara posible.
Nunca en nuestra historia una región produjo en tan breve lapso un proceso de democratización como el mundo árabe.

La insurgencia árabe es el mayor hecho político y social en lo que va de siglo. Hemos visto hasta qué punto llega la fuerza política de las movilizaciones de una mayoría social cuando se auto-reconoce como tal y posee un objetivo claro. A la luz de lo sucedido, la tesis de que la soberanía radica en el pueblo no parece un mero enunciado teórico. Fue la reunión de mayorías sociales, sus demandas sostenidas, lo que logró la caída de dos dictadores. Ben Ali de Túnez y Mubarak en Egipto, mientras otros países se debaten en su búsqueda democrática, entre ellos Siria esta semana.
La sorpresa no fue menor para las grandes potencias, para quienes estos cambios introdujeron grandes incertidumbres en los equilibrios estratégicos de la región.

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La experiencia árabe es una enseñanza para quienes gobiernan nuestras sociedades. En más de una ocasión, líderes electos con un amplio apoyo popular, llegados al gobierno cambian sus alianzas y se acercan a los grandes poderes fácticos. “Toma la mano de tus enemigos y tus amigos te dejarán. Cuando estés solo, tus enemigos harán que caigas porque ya no tienes a tus viejos amigos para sostenerte” (El Arte de la Derrota).

La marcha triunfante se detuvo en Libia. El camino iniciado en Túnez, continuado con la caída de Mubarak en Egipto y con el inicio de la insurgencia en varios países, cambió totalmente cuando la ola democrática llegó a Libia.
¿Qué pasó en Libia a diferencia de Túnez y Egipto? Si las insurrecciones populares en Túnez, y sobre todo en Egipto, no hubiesen contado con una posición unitaria y firme de los militares, el poder de la mayoría social habría enfrentado enormes dificultades para alcanzar su objetivo.

Las Fuerzas Armadas egipcias jugaron un doble papel: quitaron todo apoyo a Mubarak y, a la vez, dieron cierta seguridad a los Estados Unidos y otras potencias occidentales de que con la caída de Mubarak no se precipitaría también el esquema de equilibrio estratégico del medio Oriente, en particular la relación con Israel. Las Fuerzas Armadas entregaron a Occidente la condición más preciosa: tiempo para modelar la transición.

En Libia vivimos una historia distinta: pasamos de la movilización social a la guerra civil y de allí a la intervención internacional. Los reclamos populares rápidamente se transformaron en insurgencia armada con la toma militar de varias ciudades, basada en los grupos del ejército que abandonaban a Kadafi. Luego de algunos días se inició la contraofensiva y poco a poco las fuerza gubernamentales retomaron posiciones hasta que se preparaba el asalto final a Bengasi, centro de la insurgencia.

La intervención militar de la coalición occidental suscitó apoyos y rechazos. La intervención fue autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU y sigue a varias decisiones que han autorizado el uso de la fuerza en las que se aplica un criterio amplio. El uso de la fuerza está reservado para cuando peligra la paz y seguridad internacional y en este caso parece ser una cuestión local. Sin embargo, está en la tradición de la ONU no basarse estrictamente en la norma escrita. Así se pasó a la doctrina de la intervención humanitaria, con uso de la fuerza, lo que no aparece en ningún lugar del capítulo VII de la Carta de la ONU que regula los causas y formas de intervención.

En la situación Libia conviven dos realidades opuestas: el derecho a la intervención y el peligro de un ejercicio discrecional de la fuerza contra un Estado. Este es el centro del debate, aunque el debate no es el centro de la cuestión. Una cosa es discutir lo que habría que hacer en toda justicia y equidad y otra, bien diferente, lo que efectivamente sucede en la realidad. No separar la discusión sobre lo que debería hacerse del análisis de lo que está sucediendo causa muchos inconvenientes, entre otros una enorme dificultad para cambiar el rumbo de los hechos que ni siquiera son reconocidos. Así se ven estas posiciones:
Algunos condenan el ataque a Libia porque lo promovió Estados Unidos. Este razonamiento lleva a preferir que Kadafi realice una matanza antes que apoyar una política estadounidense. Cómodo razonamiento sobre todo cuando los que se mueren son unos libios distantes y distintos.

El segundo argumento consiste en afirmar que la resolución del Consejo viola la soberanía libia. Pero, ¿en quién reside esta soberanía? ¿En Kadafi o en su pueblo? Me parece un serio error creer que el principio de no intervención es para proteger tiranos. La intervención de Estados Unidos para derrocar a Salvador Allende, gobernante electo, no es lo mismo que la promoción de una acción internacional para sacar a Kadafi, autócrata dispuesto a matar a su pueblo.
Pero la justa causa tiene sus peligros. La coalición que hoy actúa para evitar una masacre en Libia, sin embargo, no actuó en casos similares o puede actuar en situaciones en las que conveniencias más bien estratégicas que humanitarias sean las razones de la acción.

Las potencias de la coalición están lejos de ser coherentes. Sin ir más lejos, recordemos que en diciembre de 2007 Kadafi montaba su carpa en pleno París, a metros de la sede presidencial.
En estos días tendremos que ver cómo se resuelven algunos dilemas complejos: Estados Unidos no quiere involucrase por mucho tiempo en este conflicto. Ninguna potencia actuante desea la ocupación del territorio, voluntad expresamente manifestada en la resolución del Consejo que autoriza el uso de la fuerza. Pero ¿cómo terminará esta guerra con aviación y sin infantería? ¿Será por agotamiento de Kadafi? ¿Todos los sectores militares que lo apoyan dejarán las armas sin que haya control y ocupación?
No parece sencillo resolver una intervención sin ocupar el terreno. Este será, creo, el gran desafío de estos días, mientras Túnez y Egipto comienzan a balbucear las incertidumbres de la democracia.