Con esta última columna de junio me despido. El otro día me llegó a casa el libro que reúne los textos que vengo escribiendo para PERFIL desde el año 2008 y sentí que se había cumplido un ciclo. O más bien, lo siento ahora. El libro –si se me permite el autobombo– se llama El equilibrio. Está ilustrado por mi hijo y prologado por mi padre. Me alegra haberlo publicado porque me costó mucho escribirlo. Todas las semanas de estos cinco años me tuve que enfrentar a mí mismo, definirme, cuestionarme, exigirme para tratar de decirles algo a los lectores. Hice todos los trucos posibles para escaparme, para ocultarme y transparentarme, y así terminé desnudándome, poniéndome en evidencia. No conozco otra manera de escribir que no sea confesando primero la debilidad y la duda.
En estos textos está todo lo que soy. Celebro el momento en que entendí que las columnas no son un género menos importante que el cuento o la novela. Puse toda mi energía verbal en este espacio marcado por el número de caracteres. Podría estar encerrado en una nuez y considerarme un rey del espacio infinito, dice Hamlet. Confío mucho en la fuerza de los textos cortos. Algunos salieron mejor que otros. Fueron 270 columnas, de las cuales rescaté 90 para el libro. Aprendí a moverme dentro de este formato, ejerciendo la felicidad del lenguaje, agitando todo lo posible las partículas del párrafo. Tuve total libertad para decir lo que pienso. Nunca antes me había sentido tan leído.
Podría decir que dejo la columna para encarar de lleno un proyecto literario, pero no sería verdad. No sé para dónde voy a rumbear. Kafka anotó en su diario en agosto de 1914: “Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar”. Me gusta la actitud. Creo que intento desplazarme dentro de esa zona, cuestionar lo que llamamos realidad o actualidad, y también dejar que la vida mínima eclipse a la gran coyuntura. Me interesa esa perspectiva. Mirar el instante con lupa para percibir la época. Me quedan apenas unos pocos caracteres para agradecerles la buena compañía a mis colegas de página y para decirles a todos muchas gracias. Me voy a nadar. En la pileta hay una profesora de natación que es como una escultura futurista, con su gorra plateada. Les enseña a nadar a los niños que vuelan a su alrededor por el agua azul. Quiero escribir un poema sobre eso.