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Por la vuelta

El evento se acerca mucho a la normalidad, con las salas funcionando y con entrada gratuita. Es una buena noticia.

1-11-2020-Logo Perfil
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En lo que podría ser el último acto civilizado antes de otro encierro masivo, se está desarrollando la edición número 22 del Bafici, que el año pasado se suspendió por cuarentena. Contra las previsiones iniciales, que en principio no iban más allá de proyecciones virtuales o al aire libre, el evento se acerca mucho a la normalidad, con las salas funcionando y con entrada gratuita. Es una buena noticia para quienes llegamos a pensar que ir al cine iba camino de ser un recuerdo. 

En esta edición, el director Javier Porta Fouz y los programadores decidieron profundizar una idea que les ronda desde hace tiempo y que remite a los primeros años del festival, cuando el cine no se podía ver por DVD ni por streaming y los espectadores solo podían acceder a la mayoría de las películas asistiendo al Bafici. Pero supone Porta Fouz que todavía es posible mostrar lo desconocido, aquello que ni siquiera ha circulado por otros festivales y obliga al espectador a mirar el catálogo con desconcierto. La hipótesis es que entre Netflix, por un lado, y la costumbre de que los festivales más chicos se limiten a reciclar la programación de los más grandes, por el otro, todavía hay lugar para una programación alternativa que dé cabida a lo distinto y lo inesperado. En particular, esta edición apuesta a los cortometrajes, ese género hoy más postergado que siempre porque las series nos hicieron creer que la mínima unidad cinematográfica ronda las diez horas.

Claro que para saber si la idea se sostiene hay que ver una buena cantidad de películas, además de hacernos tiempo para reencontrar en la pantalla a algunos conocidos que apreciamos. Conocida la programación, me interné un poco al azar en el programa y di con un documental llamado Una casa sin cortinas, de Julián Troksberg, cuyo tema es Isabel Perón. La película intenta (y lo logra) hablar de Isabelita sin meterse con la historia argentina posterior a su derrocamiento y prisión. También intenta (y no lo logra) romper el silencio en el que la viuda de Perón se sumergió hasta hoy. En Una casa sin cortinas todo es feo: la protagonista, sus defensores, sus enemigos, los personajes secundarios, los lugares, los diálogos (salvo el que el director mantiene con un inglés que fue vecino del matrimonio Perón en Vicente López). La película, políticamente inane, parece una pequeña galería de monstruos que ya estaban desactualizados en el tiempo de su actuación política. 

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Troksberg no parece simpatizar con sus retratados, pero tampoco con la idea de que el cine tenga alguna relación con el placer, algo que les ocurre a la mayoría de los documentales periodísticos. Como para demostrar que hay una alternativa, el Bafici ofrece una selección de cortos de Cecilia Mangini (1927-2021), pionera del documental italiano, cineasta política y etnográfica, que se ocupó de las condiciones de vida de los proletarios y las mujeres del sur de Italia en la posguerra, así como de los rituales religiosos y del duro pasaje de la vida campesina a la industrial. La obra de Mangini (algunos cortos utilizan textos de Pier Paolo Pasolini), hecha a contramano de las recetas que hoy predominan en el documental, demuestra que películas políticamente radicales pueden ser de una belleza deslumbrante. Tal vez todavía sea posible que los jóvenes cineastas vayan al Bafici a aprender.