Un fantasma recorre los pasillos de Washington amenazando al mundo con el Corán en la mano, y como si esto no bastara para escandalizar la fe de los cristianos Morales traslada, de El Cairo a Teherán, la sede de la única embajada de Bolivia en Medio Oriente. La movida pone en evidencia la amenaza de una coalición chiíta-aymara decidida a erradicar el sionismo urbi et orbi. Desafortunadamente, McCain, que es quien mejor debería expresar los términos de la amenaza, manifiesta serias dificultades para pronunciar el nombre de aquel que considera su enemigo. Durante el primer debate presidencial, el candidato republicano titubeó, balbuceó y enredado sólo consiguió pronunciar su nombre con alguna dificultad: “Ah-ma-di-ne-jad.” Un parto.
Esa incapacidad de McCain es una forma de aniquilación, el ninguneo al que hizo referencia Paz en su El laberinto de la soledad es el preámbulo de una conducta de desprecio que anticipa el exterminio. Obama, en cambio, parecía transitar los corredores del mismo puzzle con más prudencia sin que su actitud alcanzara para evitar que Irán ocupara un lugar hegemónico en el debate. Corea del Norte, Darfur, Georgia, Venezuela, Cuba, la crisis de piratas en Somalia y la restitución de la amenaza rusa cedieron cuota de pantalla en favor de la invención de la amenaza iraní. Según McCain, esa amenaza es palpable, tangible, real, y el andamiaje de la argumentación republicana, ante la imposibilidad de mencionar armas de destrucción masiva, señala el peligro que entrañan los baklavas nucleares en manos del enemigo, capaces éstos de elevar los triglicéridos de la tolerancia americana a índices inaceptables. Obama, el inexperto, actúa con cautela y saca una carta de la manga: “Ahmadinejad no es la última instancia del diálogo en Irán”, evidenciando con el argumento una ventaja cualitativa sobre su oponente. Obama parece haber estudiado la bolilla y entender que por encima del sexto presidente de la República Islámica se yergue el mango de la sartén que ostenta el ayatolá Khamenei, comandante en jefe, líder supremo. Es curioso, se suponía que en este primer debate era McCain el que iba a lucir los blasones forjados en la fragua del internacionalismo capitalista, pero no. El septuagenario no sólo tuvo dificultades para llamar al enemigo por su nombre, tampoco consiguió identificar objetivamente su rango. La campaña republicana pareciera obsesionada con la idea del diseño de un nuevo objetivo militar y McCain asegura que petiso orejudo –con el que no piensa reunirse– busca la destrucción del Estado de Israel, lo cual bastaría para hacerle sentir todo el peso de la prepotencia militar. En la justificación de su argumento el senador recurre, una y otra vez, a la cuestionable traducción de The New York Times de uno de los discursos en los que el troglodita persa promete barrer del mapa al Estado de Israel. Curiosamente, la traducción del diario neoyorquino no sería la que mejor se ajusta al sentido de las expresiones vertidas. Según Hooman Majd, autor de The Ayatollah Begs To Differ: The Paradox of Modern Iran, lo que Ahmadinejad dijo, citando a su vez al ayatolá Homeini, fue que “Israel se desvanecería de las páginas del tiempo”, lo que se aproxima, en tono y forma, a una profecía coránica más que a la visión paranoica de shiskebabs atómicos zurcando los cielos de Babilonia en busca de la concreción de las fantasías hitleristas. Con esto no pretendo postular que Ahmadinejad estuviera dispuesto a asistir al bris de los nietos de Shimon Peres pero tampoco suscribir a la idea de que Irán represente una amenaza más grave para los EE.UU. que la tasa de desempleo de Chihuahua y Durango o el trasladado de la Embajada de Bolivia de El Cairo a Teherán. ¡Por las barbas del profeta!: si lo que McCain pretende es amedrentar a la clase media con los peligros que entraña el programa nuclear iraní, el hombre tiene competencia y no precisamente en Barack Obama sino en el Hombre de la Bolsa, que le ganó de mano.
*Cineasta y periodista.