Si me tiran, ¿tiro? En mí esta cuestión tan radical cobra la forma de una pregunta. Sé bien que, por el contrario, al proferirla en estos días el ex coronel Aldo Rico lo hizo aseverando la idea: “Si me tiran, tiro”. Pero en mí la interrogación se impone, tan sólo me lo puedo preguntar. Ya sabemos, Rico no duda; en cambio yo, profesor de literatura apenas, comentador de libros y nada más, no solamente dudo: la duda es mi jactancia. Por ende, ahí donde él se afirma y afirma: “Si me tiran, tiro”, yo vacilo, trastabillo, me complico, me pregunto.
Si me tiran, ¿tiro? Mucho me temo que no. Si me tiran me agacho, me asusto, me orino, me despido; si me tiran grito, lloro, parpadeo, tiemblo; si me tiran me tapo los ojos, me tapo los oídos, me tapo la cara, me tapo; si me tiran me caigo, si me tiran me muero. Pero, ¿tirar? ¿Lo que se dice tirar? Me temo que no. Por empezar, porque no acostumbro a andar armado. Entre las armas y las letras, no elegí como el Quijote. Luego no tiraría porque la verdad es que no sé tirar. Bastaría con que me entregaran un arma para convertirme al instante en Juan Dahlmann en El sur, para al instante convertirme en Rosendo Juárez en Hombre de la esquina rosada. Por fin, tercer argumento, me inclino decididamente por evitar las balaceras en una camioneta cuando en el asiento trasero de esa misma camioneta viaja un niño de cinco años que, para el caso, es mi hijo. Prefiero en una circunstancia así ceder pronto mi camioneta. ¿Será porque no tengo una camioneta, ni podré nunca tenerla, que razono de esta guisa?
Si me guío por las definiciones que entregó Aldo Rico, debo admitir que no es por eso, sino muy por otra cosa. Rico ha sido en esto tan claro como vehemente: están los que tiran, como él, y están los que en cambio mariconean. La elección del verbo en lugar del adjetivo que era de esperar, se debe sin dudas al temperamento que es propio del hombre de acción. Que adjetiven los contemplativos y que digan “maricón”; el hombre de acción prefiere el uso de verbos: “mariconear”. Muy bien, entonces por lo visto yo debo pronunciarme así: “Si me tiran, no tiro: mariconeo”.
Me viene ahora a la memoria un juego de pintadas callejeras que pudo verse en Buenos Aires allá a fines de los años ochenta. Rico acababa de alzarse en armas para obtener de la democracia justo eso que precisaba y quería: la impunidad, la ausencia de justicia, la complicidad con el horror, la prolongación del miedo. También en aquel momento, en aquella Semana Santa o después en Monte Caseros, habrá dicho lo que ahora dijo: que si le tiraban, tiraba. ¿Habrá sido eso lo que tanto ralentó la marcha abotagada del general Alais? No es improbable. Como sea, en diversas paredes de la ciudad, no tardaron en aparecer pintadas. Pintadas que decían así: “Viva Rico”, porque no pocos argentinos llevaban dentro un enano fascista, y otros muchos un fascista que no era precisamente un enano.
Recuerdo que, para contrarrestar tales leyendas, hubo algunos que se ocuparon de agregar en ellas apenas un nombre: “Pedrito”. En vez de tachar, borrar o replicar, optaron por ese endoso. “Viva Pedrito Rico” se pudo leer por un buen tiempo en fachadas y murallones, en portones y en persianas, en el paisaje de la ciudad. Esta misma división del mundo que ahora viene esgrimiendo Rico: de un lado están los que tiran, del otro lado está el mariconeo, podría cifrarse tal vez en aquel duelo de grafitis, lanzada contra él con el sentido exactamente opuesto. Porque, ¿qué otra cosa, sino la delimitación precavida del mariconazgo, puede desprenderse en verdad de una hombría tan subrayada, del decálogo de la virilidad bien compuesta, de la lección incesante del macho cabal?
Rico funciona como un conversor de violencias en la cultura argentina contemporánea. Usó la violencia nacional para combatir a los ingleses, cuando peleó en Malvinas. Luego usó la violencia de cuerpo para combatir a la Justicia de una socialdemocracia que, aunque tibia, él sintió como comunismo, cuando se alzó contra los poderes constitucionales. Ahora usa la violencia del propietario para combatir al enemigo de la hora, que ya sabemos que es la inseguridad. Dijo a la prensa, en voz alta y claramente, que él no va a dejarse robar, violar, empujar. Unió las tres cosas, las vio parecidas, le resultaron equivalentes. Quien dice robar dice violar, quien dice violar dice empujar. Los demás, los que no tiramos, los demás, los empujados, ya sabemos por qué nos pasa lo que nos pasa. Nos pasa por maricones.