Al mismo tiempo que se iban divulgando informaciones sobre la crisis económica en EE.UU., el dólar se revalorizaba frente a todas las monedas del mundo. Lo que hoy sucede en Argentina no es más que un reflejo retrasado, y todavía moderado, de lo que ya pasó hace algunos meses con el real en Brasil y la mayoría de las monedas latinoamericanas, además del euro, el rublo, la rupia, el yen o el renminbi.
No sólo subió el precio del dólar en todas partes sino también aumentó la demanda de bonos del Tesoro norteamericano. Económicamente es inconsistente que mientras EE.UU. aumenta sideralmente su deuda, los bonos del Tesoro, que son los pagarés de esa deuda, tengan poco más de tres por ciento anual de tasa a treinta años, y a cinco años más baja aún: no llega al dos por ciento anual. Si sólo uno de los planes de salvataje de Obama consume el equivalente al 12% del Producto Bruto, ¿por qué la inflación de EE.UU. no sería superior a ese dos por ciento anual en los próximos cinco años?
Justificaciones hay varias. Desde que en los momentos de crisis la gente se pone conservadora y prefiere perder algunos porcientos a cambio de seguridad que no le dan los depósitos en los bancos ni mucho menos las acciones, pasando porque China compra bonos del Tesoro norteamericano para sostener a su mayor cliente. Pero estas y otras explicaciones tácitamente asumen que EE.UU. saldrá de esta crisis más solvente que el resto de los países o, lo que es lo mismo, que ya se las arreglará para trasladarles el costo de las pérdidas a los demás.
La convertibilidad de Bush. Durante los últimos años EE.UU. hizo lo mismo que Argentina en la segunda presidencia de Menem: consumió más de lo que produjo acumulando déficits gemelos (comercial y fiscal) que financió con endeudamiento. Como en EE.UU. el seguro de desempleo se aplicaba desde hacía muchos años y la pobreza había dejado de ser un flagelo, la sensación de bienestar ya no se obtenía con la compra de electrodomésticos como sí hizo Menem con el llamado “voto cuota”. En el EE.UU. actual, ese salto en la calidad de vida lo representó el hecho de que las personas de menores recursos fueran propietarias de su vivienda: 70% de las familias vive en casa propia.
En EE.UU. sostienen que el economista keynesiano Hyman Minsky merecería un Premio Nobel post mórtem especial (falleció en 1996) porque previó detalladamente esta crisis financiera con diez años de anticipación en su libro Stabilizing an instable economy, donde desarrolla su teoría de la “inestabilidad inherente” y explica que el sistema financiero siempre oscila entre la robustez y la fragilidad porque en los momentos de prosperidad se crea una euforia especulativa que aumenta el endeudamiento hasta que se llega al punto del ciclo económico cuando los beneficios ya no pueden pagar el interés y los incobrables desatan la crisis. Los economistas llaman a ese punto un “Minsky moment”.
Para que alguien gaste más de lo que produce, alguien tuvo que haber producido más de lo que gastó En este caso, fueron los ciudadanos chinos quienes ahorraron y los norteamericanos los que desahorraron. Es probable que los políticos de EE.UU. hayan podido pensar que si algún privilegio tenía que ofrecer ser la primera potencia del planeta y tener las más poderosas fuerzas armadas del mundo, era precisamente hacer lo que nadie más podía hacer sin ir a la quiebra: gastar más de lo que se produce. Pero aunque frustrados en este intento, probablemente no dejen de lograr lo que Kirchner consiguió a medias, que será hacerles pagar los platos rotos a los otros pero sin los costos secundarios a veces mayores que los beneficios que tuvo Argentina y sin ponerse en papel de víctimas por lo consumido, sin echarles la culpa a los chinos por su codicia, por ejemplo.
La sola falta de ese discurso histérico es una señal de fortaleza, y es en parte un indicio de por qué a pesar de la crisis que atraviesa EE.UU. su moneda y los pagarés de su deuda son refugio para los ahorros de tantos.
Otra de las explicaciones tiene que ver con otro libro que está en boca de todos en Washington: The next 100 years, donde George Friedman, fundador de Statfor, la mayor empresa de inteligencia privada del mundo, conocida como la otra CIA, hace un pronóstico para fin de este siglo en el que concluye que EE.UU. será más influyente aún en el futuro. Comienza repasando los temas que construían la agenda a comienzos del siglo pasado y de los cuales hoy ya nadie habla pero para decir que si se identifican las fuerzas principales que dinamizan los acontecimientos, se puede hacer una previsión. La primera fuerza es la geografía: a los europeos –dice Friedman– les gusta pensar que, así como a comienzos del siglo pasado la historia giró en torno de Alemania hasta perder esa importancia, también Estados Unidos comenzó su decadencia, sin comprender que “los verdaderos imperios” duran varios siglos, y Europa pudo liderar al mundo mientras el tránsito se limitaba al Océano Atlántico norte pero recién en 1980, por primera vez en la historia de la humanidad, el tránsito del Océano Pacífico fue más grande que el del Atlántico norte, y que el único país que tiene amplias costas en ambos mares y controla militarmente los dos océanos es EE.UU.: “Europa seguirá siendo importante, Asia será tan importante como Europa, pero EE.UU. supera a ambas”.
Otra de las fuerzas es la innovación y, según Friedman, la gran ventaja del capitalismo de EE.UU. es su propensión cultural a destruir las viejas industrias (Joseph Schumpeter) mientras que el resto del mundo, y particularmente Europa, “no dejan ir lo viejo”.
La tercera fuerza es la demografía: la población de los países desarrollados está cayendo, el número de personas de mayor edad crece.
“Dentro de treinta años, los países avanzados –dice Friedman– estarán compitiendo con una fuerza laboral de inmigrantes, y Estados Unidos es el único país que demostró que sabe integrar a la gente”. En 2050 los países industrializados comenzarán a competir por atraer inmigrantes con mejores condiciones y en 2100 la población mundial, incluyendo a los países subdesarrollados, dejará de crecer, algo que nunca antes sucedió en la historia de la humanidad.
La cuarta fuerza es la ciencia, “para lo cual hace falta más dinero que el que la actividad privada dedica a producir tecnología”, dice Friedman, y el gran aportante son los gastos militares. Por ejemplo, “Internet comenzó como parte del sistema de defensa, mucho antes las autopistas de cemento también se iniciaron sobre la base de un concepto defensivo y hasta lo fueron las primeras compañías aéreas: lo que primero desarrollan los militares luego pasa a la economía privada. El futuro de la ciencia militar está en el espacio, y de allí vendrá la solución del problema energético, en el espacio la fuente de energía es la solar y en este siglo se logrará que usinas solares del espacio trasladen a la Tierra enormes cantidades de energía”. Si bien la energía solar es la solución al problema del petróleo, el costo de obtenerla en la Tierra es muy caro y por momentos inviable. Por eso en el espacio, donde “no hay nubes ni noche y es gratis, la NASA tiene un proyecto de usina espacial que enviará la energía del espacio por microondas” y cuando EE.UU. ahorre los recursos que envía a los países petroleros –Oriente Medio, Rusia y Venezuela– producirá un salto de productividad similar a la invención de la máquina a vapor.
La quinta fuerza podría llamársela la falta de competencia porque para Friedman China es un tigre de papel que a lo largo de toda su historia ha oscilado entre la fragmentación entre diferentes sub Estados y el aislamiento: “China tiene un severo problema económico interno, no controla su economía porque depende de las exportaciones y de la voluntad del resto del mundo de comprar productos chinos”.
En http://fon.gs/sks4as/ se puede ver un video de YouTube con los pronósticos de George Friedman sobre los próximos cien años, donde la autoestima norteamericana se muestra como una poderosa fuerza económica: confianza es la palabra que produce mayor desarrollo económico.
De cualquier forma, vale reproducir los conceptos del primer capítulo de Los próximos 100 años: imagine que Ud. está viviendo un verano de 1900 en Londres, la capital del mundo. Europa domina Oriente y goza de una prosperidad y paz sin precedentes aseguradas por la interdependencia del comercio y las inversiones mutuas. Imagínese Ud. mismo en un verano de 1920, Europa es parte de un mundo agonizante, los imperios Austro-Húngaro, Alemán, Otomano y Ruso han desaparecido y millones de personas han muerto. Pero aun así de impredecible que resulta el futuro, Alexis Tocqueville ya había previsto el siglo anterior que ese nuevo país llamado Estados Unidos reemplazaría a Europa como nuevo centro de gravedad del mundo en el futuro. Hoy, a pesar de la crisis, el producto bruto norteamericano es algo superior al de los tres países mayores después que él mismo: Alemania, Japón y China. Por algo compran dólares.