Hay un ambiente nacionalista exagerado, casi insoportable. No es el análisis sesudo y racional, justamente, la característica saliente (tampoco la obligación, digámoslo también) del hincha promedio del fútbol. Está claro. Pero si a esa cualidad se le multiplica la escasez de análisis sesudo y racional de gente que sólo ve fútbol cada cuatro años y que piensa que lo que está en juego no es una Copa del Mundo, sino el ser nacional, la identidad, las Malvinas, los Hielos Continentales y la relación Mercosur–Unión Europea, el resultado agota. Ser un periodista especializado en fútbol en Buenos Aires, hoy, es una tarea rayana con lo insalubre. No tanto por lo que hay que decir sino por lo que hay que escuchar.
Una de las cuestiones que hubo que sobrellevar fue la respuesta ridícula y desproporcionada a las declaraciones de Bastian Schwensteiger. El estupendo volante alemán hizo un pantallazo sobre lo que él temía de los jugadores argentinos: cómo influyen sobre los árbitros. Y no es algo ilógico, por dos razones. La primera es que, efectivamente, los futbolistas argentinos son conversadores. Por algo los jueces locales se la pasan diciendo que los jugadores de acá son complicados. La segunda es que Alemania viene de ser claramente favorecida ante Inglaterra por un fallo arbitral y tiene miedo de que la FIFA compense. Que los argentinos presionen al juez para eso.
Ahora, lo dijo un jugador de Alemania y es “Hitler”, “proviene de un país que generó dos guerras mundiales”, “son nazis”, “siempre se creen superiores”, “siguen pensando en la raza superior” y cuantas estupideces se les ocurran se inventaron para contestarle. Lo grave es que no las expresó el hincha común. Las expresaron periodistas que están en Sudáfrica con un micrófono importante, comunicándonos todos los días las novedades argentinas y sus escasas vivencias personales, que se reducen a visitar shoppings (jamás un museo, jamás un sitio de cultura o costumbres locales) en cualquier parte del mundo a la que vayan. Eso sí: cuando le dicen –como dijo Schwensteiger– que los hinchas argentinos “se sientan en lugares que no le scorresponde”, se ofenden y lo tratan de nazi. ¿Acaso no estamos cansados de ver pasillos repletos de gente sentada en los partidos importantes porque las butacas están atestadas de gente colada?
Comparar a todo lo que es alemán con el nazismo es una muestra de ignorancia bestial, de la peor, de esa que nos hizo ganar el odio y la mirada torva de personas de otros lados, cuando en los 90 cualquier guarango (nuevo) rico que iba a Miami a caminar entre palmeras –creyendo que eso era conocer el mundo– gritaba barbaridades en aeropuertos y negocios.
Es cierto que los alemanes votaron y le entregaron un triunfo electoral a Adolf Hitler en 1932 y que los festejos en la Puerta de Brandenburgo, en Berlín, fueron impresionantes. Es real, por supuesto, que el nazismo fue creciendo a niveles insospechados y que Hitler compró jueces para zafar de las demandas por discriminación y xenofobia que recibió en los años previos al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, la guerra comenzó en 1939 y terminó en 1945. Pasaron entre 65 y 70 años de aquello. Esta generación de alemanes nada tiene que ver con eso. Lo cargan como un lastre innecesario porque tipos que no tienen idea de lo que significó el Holocausto mezclan el fútbol con algo tan serio y que, afortunadamente, pertenece al pasado, mencionan esto en cuanto consideran que un alemán se equivocó. Y pertenece al pasado, antes que nada, en la propia Alemania. Hay un museo del nazismo en Nüremberg que pone en duda hasta los fallos del Juicio de Nüremberg. Hacen autocrítica todo el tiempo. En cambio, lo único que tenemos nosotros como autocrítica de la dictadura es una débil declaración del general Balza de hace unos quince años. Es más, cuando se creó el Museo de la Memoria en la ESMA, hubo periodistas influyentes de los medios monopólicos que se preguntaron: “¿Cuándo va a haber un museo con los del otro lado?”, reflejando lo que piensa una buena parte de la derecha bruta e iletrada de la Argentina.
El fútbol, por suerte, no tiene nada que ver con estas cosas. Maradona contestó con humor y Demichelis como pudo. Si nuestra Selección piensa que “Alemania nos tiene miedo”, vamos por mal camino. En todo caso, Alemania respeta a la Argentina porque es una selección grande. Y porque los equipos grandes, en cuartos de final de un Mundial, son gigantes. Pero Alemania también lo es. Y debemos respetarlo como tal. Diego no es tonto, sabe lo que significa este partido. Además de la carga que representa la avanzadísima instancia en la Copa del Mundo, Argentina se encontrará con un rival de nivel Premium, el primero de esa categoría que tendrá en Sudáfrica. Por este motivo, parece un error mantener el mismo equipo que con México.
El equipo de Maradona jugó mal en el partido anterior y eso no debe taparlo el 3 a 1 exagerado. En el momento en que los mexicanos tenían la pelota y habían merodeado con peligro el arco de Romero, Tevez hizo un gol en posición adelantada (escandalosa) y el partido pegó un volantazo, que incluyó el error de Osorio y el consecuente gol de Higuaín. Nada llegó por jugada elaborada, ni siquiera el tercer gol. Messi jugó a cincuenta metros del arco, buscando la pelota e intentando hacer todo per se porque no tenía con quién jugar. Esto es lo que me lleva a discrepar con Diego en la idea de repetir la formación. Argentina necesita un volante más.
Puede suceder que Alemania otorgue más libertades o que salga a jugar golpe por golpe y eso nos favorezca, pero acá estamos haciendo cálculos previos y nada más que eso. Uno supone que si la pelota la tiene Alemania, puede hacer más daño que México. Y que si Argentina va desesperada hacia arriba a buscar el gol con siete jugadores y se desequilibra, será porque nadie vio el video de Alemania 4 - Inglaterra 1. Los cuatro goles teutones fueron de contraataque.
La cercanía del partido nos pone ansiosos. Sólo pensar que la Selección puede ganar nos eriza la piel y nos hace desear que este momento dure para siempre, pese a que en estos torneos y, con la camiseta argentina de por medio, se dicen y se hacen atrocidades que no nos permiten disfrutar plenamente.