Años atrás, mucho antes del experimento Kirchner en la Argentina, participé en un seminario de una universidad en Washington, a la que asistió como invitado Zbigniew Brzezinski, ex consejero de Seguridad Nacional de James Carter. Vasto auditorio de empresarios y políticos argentinos, casi todos ansiosos por acceder a la clave secreta que mejorara las relaciones con los EE.UU., como si el orador ex funcionario dispusiese de esa llave. Como se sabe, aquel hombre filoso que había sacudido al bloque soviético denunciándolo por violar los derechos humanos –que el comunismo siempre reclamó en territorios que no estuvieran bajo su dominio– reapareció a los 80 años como consultor preferido de Barack Obama. Mordaz en los diálogos, Brzezinski atrapaba a cualquiera con su picardía, aun cuando otro politólogo lo asemejara a esos jugadores de tenis que le pegan bien, rasante, fuerte, pero siempre afuera. Entonces, en Georgetown, pareció sorprendido por el tono y el contenido de las preguntas argentinas, casi pecaminosas en el ruego por una amistad sin límites, ya que en el pedido de transacción estaba implícita la obediencia: ¿qué tenemos que hacer para disfrutar un trato privilegiado del gobierno norteamericano, mayor ayuda de su país, preferencias, simpatías adicionales? Meditó un instante Brzezinski y replicó para asombro general: “Nada”.
No se cerró en esa palabra como se verá y la cita, como su complemento posterior, tal vez describa –en otro contexto– parte de la auspiciosa y reciente visita de su discípulo Obama al país, colmada de encanto y cordialidad con Mauricio Macri, con mensajes prometedores de comunión diaria y pasaportes sin visa. A pesar de tanto entendimiento recíproco y amores ofrecidos, no se suscribió ni un solo acuerdo comercial, para un vínculo magro de negocios y desventajoso históricamente para la Argentina en su balanza.
A enmendar. Es de confiar que la burocracia diplomática repare esta falta, al fin se mandó un embajador –Martín Lousteau– sin el acuerdo del Senado, y Washington lo aceptó para que tuviera la foto correspondiente y colaborase en la visita. Ya se salvó la formalidad y el hombre de la oposición porteña que había sido pensado para presidir la Anses y luego derivado para no dejar en sus manos una caja tan tremenda, se supone que logrará destrabar inhibiciones para productos argentinos y, en simultáneo, persuadir a los exportadores locales para que discriminen su oferta, la adapten a un mercado más riguroso y específico porque en las góndolas de EE.UU. ya no se vende con la misma generalidad que en los supermercados locales. Primero, claro, en aras de la limpieza ambiental, el gobierno Macri deberá habilitar recursos y subsidios para las fuentes de energía alternativas que propicia el mandatario de EE.UU. (ya famoso por impulsar paneles solares), plan de inversiones que se lanzará próximamente y que podría justificar el excesivo Twitter de la Casa Rosada que hace dos días exageró su devoción norteamericana: “Te amamos Obama”, escribió la Presidencia, con el mismo espíritu de los disciplinados asistentes al invocado seminario de Washington con Brzezinski.
En rigor, cuando aquel asesor luego captado por Obama dijo “nada”, retrató quizás el fundamento de la política exterior de su país sin importar el partido político que lo gobernara. Amplió entonces, refiriéndose en particular a ciertos estados asiáticos, unos amigos de EE.UU. y otros hostiles, que no había recetas ni manuales que garantizaran una actitud protectora o preferencias especiales. Hasta señaló las razones que impedían un ejercicio de este tipo como método, justificando entonces la palabra “Nada”, y aludiendo a una frase histórica de John F. Kennedy, quien alguna vez precisó sobre lo que uno debía hacer y preocuparse, no sobre lo que harían los otros si se pretendían cambios, mejorías o ascensos.
Elección. Portarse bien o mal en lenguaje burdo con los EE.UU. era una convicción a elegir, o una conveniencia interesada pero sin expectativa de respuestas favorables, concretas, determinantes. A pesar de que si ciertas administraciones expresan voluntad y actitud hacia Washington, si proceden de acuerdo a cánones comunes en cuanto a paz y libertad, economía y otros ítems, seguramente habría gestos de correspondencia en el caso de que se presentaran opciones frente a otras naciones o gobiernos. Nada escrito, pero plausible.
En ese marco, por buscar un ejemplo, puede entenderse la última presentación amistosa de Obama ante el juez Griesa por la salida argentina del default, simbólica si se quiere, frente al hand off y desentendimiento anterior que practicaba con la viuda de Kirchner. De quien Obama se enteró que está alojada en el Sur, apegada hoy a usar lo que otros escribieron o dicen como si no tuviera la voz que antes aporreaba día por medio, a quien no visitaban los colegas de EE.UU., Francia o Italia en dos mandatos, al revés de su bisoño sucesor. Prefería, quizás, a algún jefe africano para hacer convenios de petróleo, como al que se homenajeó en la Cancillería casi sin advertir que el caballero había derribado básicos derechos humanos, era un violador serial. Se corrigió tarde Cristina, en la despedida, cuando el periodismo le zapateó en las narices por su desatino.