Algo habrán tenido que ver, supongo, el día, el lugar y la hora. Lunes, seis de la tarde, en las raíces del Obelisco. El espacio que conecta las líneas C, B y D del subte. Arriba, afuera, el lanzallamas declina hacia el oeste. Treinta y tres grados de sensación térmica, según los monitores de Metrovías colgados del techo. Acá abajo deben ser cincuenta. El aire pesa, agobia al gentío. Es un tránsito febril, incesante. Todos parecen saber adónde ir. Menos yo.
Me detuve, desorientado. Venía ya bufando, molesto, irritado desde la mañana. Arrancás temprano, le ponés ganas, te das una ducha fría mientras tomás el primer café, revisás los mensajes, los titulares y, casi sin que te des cuenta, el estado de ánimo se te va al carajo. Barrionuevo, Moyano y otros se habían reunido en Mar del Plata. Luis “tenemos que dejar de robar” Barrionuevo decía ahora: “A los sindicatos los atacaron Alfonsín y De la Rúa y no terminaron su mandato”.
Las propiedades de Moyano. Las de Cavalieri. Los millones de dólares que Balcedo, el del Sindicato de Obreros y Empleados de Minoridad y Educación (Soeme), guardaba en cajas de seguridad. El ministro de Trabajo que hace lo que hace, Zaffaroni que dice lo que dice, los jueces cómplices de la mafia y así, saltando de una denuncia a otra, de un delito a un crimen, de un muerto a otro, el espíritu se derrumba. Es una pena que el estado de ánimo resulte tan lábil, tan sensible a todo lo que sucede. Una foto, un recuerdo, unas putas declaraciones, y recuperar la buena onda cuesta un huevo.
Como todos, en momentos así, trato de beber del “vaso medio lleno”. Balcedo cayó, el Caballo Suárez está preso, el Pata Medina de La Plata y la banda de la Uocra de Bahía Blanca también. Pero hay días en que no alcanza. La Justicia solo va por ellos si se nota demasiado que les rebasan los autos, las casas y la guita de los bolsillos. Se sabe, más si tenés memoria, que, cuando se ven en peligro, los capos de las “familias” –¿cuántos?, ¿veinte? ¿quinientos?, ¿mil tipos contando hijos, esposas, amantes, testaferros, “culatas, “barras” que alimentan como grupos de choque?– anudan unos a otros su poder sobre la garganta del país. Con en el discurso del “pueblo”, de “la patria” y de “la defensa de los trabajadores”, encubren fortunas personales de escándalo a simple vista. El único laburo que se les conoce es extorsionar, reclamar, amenazar y cuidar que no les toquen la de ellos.
Con semejante dosis de mierda era inevitable que el día se desbarrancara hasta hundirme en un pozo ciego. Así es que venía de la C, seguía las flechas en dirección a la línea B, pero de pronto estaba yendo hacia la D. Me detuve, recibí tres o cuatro empujones involuntarios, y fue entonces cuando, parado ahí, vaya uno a saber de dónde, pensé: ¿Existirá en otros países la “nube de pedos” o será una más de nuestra orgullosa lista de inventos, como el colectivo o la birome?
En ocasiones así, cuando me asaltan esas dudas, establezco asociaciones insólitas. Ejemplo: tengo para mí que “la nube”, un recurso ahora tan común para guardar y proteger archivos entre los que hacen uso cotidiano de los servicios tecnológicos, se inspiró en nosotros, en el tipo de creatividad que nos distingue en el mundo. Un emprendedor oído extranjero, de esos que vienen a saquear nuestros saberes, escuchó decir de alguien –en el bondi, en la calle, al pasar– que “vive en una nube de pedos” y se le reveló la innovación. El tipo, un pichón de Steve Jobs, dio un respingo ante lo que le resultó evidente. Si eso es posible en la realidad, también debería serlo en el mundo virtual programando una aplicación con efecto inodoro. De ahí, “la nube”. De tal modo, como suele suceder, ellos se quedaron con el negocio y nosotros con el olor.
Un pibe, joven, me preguntó si me pasaba algo. ¿Es posible vivir en una nube de pedos? Dijo “para allá”. Le agradecí. Las nubes se forman con los vapores del pozo. Cuando vea una, se sube y se baja en Tronador.
*Periodista.