Desde un plano de televisión muy corto y cerrado, alguien dijo: “La contienda ha terminado, la competencia debe quedar atrás y ahora hay que centrar nuestro esfuerzo en buscar las coincidencias, en privilegiar lo mucho que nos une y en alcanzar los acuerdos que reclama el país para recuperar cuanto antes el crecimiento económico, la generación de empleos y la seguridad pública”.
Miles de kilómetros al Sur, con su habitual tono bajo de caballero apacible, otro encaró al periodista y ratificó: “Tengo que ser coherente con lo que dije hace ya 15 años, y eso no ha cambiado”. ¿Qué dijo hace 15 años? “No tengo vocación de legislador, mi experiencia y mi aporte tienen más que ver con tareas ejecutivas.”
El primero es el presidente de México, Felipe Calderón, abogado y economista nacido en Morelia (Michoacán) hace 47 años. El otro es Tabaré Vázquez, presidente de Uruguay, un médico oncólogo nacido en Montevideo hace 69 años. Ambos son tan legales y legítimos gobernantes como es la argentina Cristina Elizabet Fernández de Kirchner, abogada de 56.
Son países muy diferentes, pero curiosamente equiparables. México, con 1.972.550 km², tiene un área que multiplica por 11 los 176.215 km² del Uruguay. Con sus 3.415.920 habitantes, Uruguay tiene una población 33 veces menor que la de México, con sus 111.211.789 almas. A mitad de camino, la Argentina tiene unos 40 millones de habitantes (casi la tercera parte de México) en un territorio cuya extensión continental, de 2.791.810 km2, es, empero, 1,4 vez más grande que la mexicana.
Estos tres países dispares exhiben, sin embargo, un denominador común: están entre las cuatro naciones latinoamericanas (salvo islas del Caribe) de mayor producto interno bruto por habitante. México va a la cabeza, con US$ 14.560, seguido por Chile con US$ 14.510, la Argentina con US$ 14.413 y Uruguay con US$ 13.295.
Concluidas el domingo pasado las elecciones de renovación legislativa de medio mandato, Calderón dijo, tras su sonora derrota a manos del resurrecto Partido Revolucionario Institucional (PRI): “Ahora que tenemos una nueva Cámara de Diputados, nuevas legislaturas locales y nuevos gobiernos estatales y municipales en distintas entidades, debemos iniciar cuanto antes un proceso de colaboración y de corresponsabilidad a fin de buscar los acuerdos que permitan elevar el bienestar de los mexicanos, especialmente de los que menos tienen”.
Lejos de chicanas, sarcasmos y negaciones, el presidente mexicano, electo hace tres años en nombre del Partido de Acción Nacional (PAN), anduvo sin eufemismos: “El gobierno federal reconoce la nueva composición de la Cámara de Diputados, puesto que ha sido una decisión soberana de los ciudadanos. Los felicito a quienes han sido electos, y manifiesto la mejor disposición y voluntad del gobierno federal a mi cargo para dialogar y para colaborar con los nuevos diputados, a fin de superar los grandes desafíos que tiene por delante el país”.
Mesurado y siempre prudente, Vázquez no sólo rechazó siempre una reforma constitucional que le hubiese abierto hipotéticamente las puertas de un segundo mandato presidencial. Primer presidente del izquierdista Frente Amplio, fue coherente sin fisuras, como lo ha sido la coalición desde que fue fundada, en 1971. Los presidentes gobiernan en Uruguay un solo mandato y se van a su casa. Además, subraya Vázquez, “los ministros que quieran participar en la campaña (los uruguayos eligen presidente en octubre) y ocupar puestos de relevancia en la listas deben abandonar el gabinete, es incompatible desarrollar las dos porque las tareas de gobierno necesitan mucha dedicación”.
Gente seria con sistemas sólidos y perfiles ideológicos contrapuestos gobierna México y Uruguay. Dice Calderón: “Más allá de cualquier diferencia política o partidista, nos debe unir un solo compromiso y una sola prioridad: el bien y el futuro de México. (…) Es fundamental que tanto el Legislativo como el Ejecutivo trabajemos juntos”.
Cristina Kirchner propone dialogar en la Argentina, cosa que hasta ahora no hicieron ni ella, ni su marido. Ya se vio su primera reacción en su malhadada conferencia de prensa, tras la derrota oficialista del 28 de junio de 2009.
Para ella, esa derrota “fue por dos puntos, aproximadamente, ¿no es cierto ministro?”, manera asombrosa de negar que el Gobierno fue aplastado en Capital Federal, Santa Fe y Córdoba, donde no superó el 9% por ciento de los votos, además de perder la mayoría en la provincia de Buenos Aires. Lastimada y negadora, la Presidenta proclamó ese día obviedades: “Como digo yo siempre (…) no debemos olvidar que vivimos en un país de carácter federal”.
Partisana y beligerante, no se privaría de facturarle a Mauricio Macri lo que ella no admitió de sí misma y de su espacio: “Recordemos que el señor jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires obtuvo el 60 por ciento de los votos, y en esta oportunidad obtuvo el 31 por ciento de los votos”. No dijo que el kirchnerismo sacó ahora el 11% en la Capital, contra el 39% que obtuvo en 2007, pero terminaría aclarando que no quiso minimizar ni ignorar la derrota en la provincia de Buenos Aires, aunque –eso sí– “pese a la escasa diferencia”. En el resto del país, para ella no pasó nada.
Mientras el mexicano Calderón afirma: “Los felicito a quienes han sido electos”, la argentina Kirchner habla en infinitivo tarzanesco y gélido: “Felicitar a todos y cada uno de los vencedores, en todos y cada uno de los distritos de nuestro país”. Dice “felicitar”, no dice “felicito”, ratificando una mezquindad esencial.
Necesita, eso sí, justificarse porque, setentista cabal, antes no creía en esto: “En definitiva, así son las reglas de la democracia”. Lo dijo resoplando, aceptando a regañadientes un sencillo mecanismo, natural y rutinario. Hasta en su hora amarga, obligados a hablar de consenso y a prometer diálogo, a diferencia de lo que sucede en Uruguay y México, los Kirchner muestran los dientes y se quejan. ¿Hay que agradecerles porque “permitieron” que les ganaran?
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