COLUMNISTAS
DEPORTE Y DICTADURAS

Presión sobre la pelota

Cuando desde cierto sector de la intelectualidad se cuestiona al deporte por ser una herramienta útil al deseo que muchos gobiernos tienen de abstraernos de la realidad “importante” mediante un recurso de dispersión de masas, lo único que hace es poner en primer plano algo que es moneda corriente casi desde que en el mundo tenemos registro de aquello que solemos llamar civilización.

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Cuando desde cierto sector de la intelectualidad se cuestiona al deporte por ser una herramienta útil al deseo que muchos gobiernos tienen de abstraernos de la realidad “importante” mediante un recurso de dispersión de masas, lo único que hace es poner en primer plano algo que es moneda corriente casi desde que en el mundo tenemos registro de aquello que solemos llamar civilización.
Qué otra cosa sino engañarnos por un rato fueron los viejos Juegos Olímpicos. Un tratado no escrito establecía que durante esas dos semanas no habría guerras; es más, varios historiadores coinciden en que en más de una ocasión hubo tropas invasoras apostadas en las colinas de Olimpia a la espera del final de las competencias para, luego sí, continuar con la orgía de sangre y codicia.
En tiempos en que el fascismo presentaba a Mussolini como un ícono admirado en muchos lugares del mundo en los que hoy es mala palabra –incluida la Argentina–, Italia era el mejor equipo del planeta. De la mano de Vittorio Pozzo, su entrenador, ganaron los mundiales de 1934 y 1938 y los Juegos Olímpicos de 1936, ya con Hitler como testigo. El primero de esos torneos se disputó en Italia y la víspera de la final contra Checoslovaquia coincidió con un aniversario de la creación del Partido Fascista. Mussolini exigió a Pozzo la presencia del plantel en el desfile principal y, ante la negativa del técnico, el dictador le advirtió que sólo le perdonaría el desplante si ganaba el certamen. Hay quien asegura que Planicka, el arquero checoslovaco, colaboró con el gol del empate italiano marcado por su amigo argentino Raimundo Orsi, advertido del riesgo que corrían los rivales. Italia ganó por 2 a 1 y fue la primera de las dos conquistas que dio origen al furcio de Carlos Bilardo cuando dijo que sólo discutía de fútbol con Beckenbauer y Mussolini.
Hitler anexó Austria y se adueñó del Wunderteam, mítico equipo liderado por Mathias Sindelar, quien se suicido víctima del acoso nazi. Los Juegos Olímpicos de Roma en 1960 fueron un capítulo clave en la Guerra Fría, Alfonsín quiso cargarse a Bilardo antes del Mundial ’86 –tan iluminado como cuando avaló el Plan Austral–, Alemania compitió bajo una sola bandera hasta un año después de la construcción del Muro de Berlín y nada malo pasa en China si por delante figuran unos magníficos Juegos Olímpicos. Ayer y hoy –siempre–, el deporte ha sido una herramienta muy sensible para los recursos de gobernantes que necesitan distraernos.
Aun con sus enormes limitaciones intelectuales, los hombres de la última dictadura argentina la hicieron casi de manual. No es casual que la disputa por el botín del Mundial ’78 haya sido una de las primeras muestras de la disputa interna interfuerzas. Recordemos la sospechosa muerte del general Actis –todos los caminos conducen a Massera–, quien manejaba el EAM ’78, circunstancia que abrió camino a que la Marina, con Lacoste, pusiera el torneo –y el desfalco– bajo su control. Recordemos el reclamo de Juan Alemann, quien cuestionó el costo final que tendría el torneo. Nunca se sabrá si fue porque no le gustaba el fútbol o porque había un filón que quedaba lejos de su órbita. Una bomba estalló en la puerta de su casa; según él, fue justo cuando Luque marcó el cuarto gol del 6 a 0 a Perú, el que garantizaba el paso argentino a la final.
Si el Mundial ’78 es la carta de presentación del deporte argentino en años de dictadura, no hay postal más macabra que la de los 600 metros que distancian al estadio de River Plate de la ESMA.
Aquellos fueron años de Vilas, Menotti, Reutemann y Monzón, de no ganar medallas en los Juegos de Montreal ’76 y de no ir a Moscú ’80 porque la orden de los Estados Unidos pesaba mucho más que la venta de granos a los soviéticos. De Julio Grondona llegando al poder…Curiosa historia la de los medios y su atención o desatención sobre temas coincidentes. En 1977 –dos años antes de la llegada de Grondona a la AFA–  asumió como presidente del COA el coronel (RE) Rodríguez. Grondona aún está en su cargo y a Rodríguez sólo lo sacó del sillón su propia decadencia (abdicó en 2005 y falleció). Si dejamos de lado las denuncias, les aseguro que Rodríguez y su gestión fueron más dañinos para nuestro deporte que la de Grondona para el fútbol. Sin embargo, usted sabe, el 95 por ciento de los deportes sólo importa durante un par de meses en años olímpicos como éste.
Como sea, nada de los bueno fue consecuencia de una política de Estado. Porque si bien mañana la mayoría de los argentinos deberíamos llevar un enorme crespón negro en el alma, en lo que a deporte se refiere, tiempos de dictadura y tiempos de democracia no difieren demasiado en inoperancia y corruptela.