La palabra pesimismo define el clima generalizado en la sociedad argentina actual, que se contrapone con el clima festivo en el gobierno nacional por el acuerdo con el FMI y el ascenso a país emergente. La perspectiva planteada por muchos economistas de que la economía caerá en una profunda recesión hasta al menos fin de año no hace más que confirmar lo que los argentinos de a pie perciben: tendrán nuevamente que “ajustarse el cinturón” para usar una expresión de los años 80.
Lecciones del pasado. La comparación con el año 1988 no es ociosa, la situación económica se parece más a la última parte del gobierno de Raúl Alfonsín que al fin del gobierno de Fernando de la Rúa. En agosto de 1988 Juan Vital Sourrouille, un respetado académico, ministro de Economía de Alfonsín, lanza el Plan Primavera, cuyo principal objetivo era reducir la inflación, y eliminar el fuerte déficit fiscal que en aquellos años eran adjudicados a las empresas estatales. Bajo un acuerdo con el FMI se optó en aquel entonces en abrir la economía, devaluar la moneda y desdoblar el tipo de cambio de modo tal que los exportadores debían vender sus divisas al tipo de cambio oficial, mientras que importadores y público en general debía recurrir al mercado libre, mucho más alto.
También en aquellos años se elevaría fuertemente la tasa de interés para de-salentar la huida hacia el dólar, mientras que se lanzaban una serie de instrumentos para absorber pesos con nombres exóticos (Lefa, Leda, Ledo, Tacam, Denor, Barra, entre otros) situación a la que Roberto Lavagna le pondría un famoso título: “Festival de bonos”.
También era parte del paquete de medidas la contención salarial –en una época donde el gobierno fijaba por decreto al aumento de los salarios– lo que impulsaría a Saúl Ubaldini, el cervecero líder de la CGT a llevar adelante innumerables paros generales. Adicionalmente se proponía la privatización al menos parcial de las empresas estatales, en una época que todavía se consideraba a YPF parte de la soberanía nacional.
Lejos de obtener sus objetivos el Plan Primavera estallaría en menos de un año ya que no pudo
evitar la continua depreciación del peso que en ese tiempo cuadruplica su valor, y que para junio de 1989 se había multiplicado casi setenta veces. El final es conocido, hiperinflación y entrega anticipada del gobierno a manos de Carlos Menem. Sin embargo, la diferencia entre aquellos días y estos es que el gobierno de Alfonsín era muy débil políticamente con las continuas asonadas militares y a partir de 1987 con la pérdida de la gobernación de Buenos Aires en manos del peronista renovador Antonio Cafiero.
El juego de las lágrimas. Si bien el escenario político es completamente diferente, las similitudes en el terreno económico llevan a que desde el oficialismo se deberían morigerar los festejos por el acuerdo con el FMI. En este sentido también causaron perplejidad las declaraciones de esta semana del nuevo hombre fuerte del Gobierno, Luis “Toto” Caputo, cuando expresó que la corrida cambiaria “es lo mejor que nos pudo haber pasado. Esto nos obligó a ir a pedir el crédito al Fondo Monetario, que nos da mucha mayor certidumbre, particularmente con el financiamiento”.
La historia argentina muestra que los acuerdos con el Fondo si bien pueden traer un breve oasis de estabilidad cambiaria, tienen un alto costo social y requieren fuertes acuerdos políticos para ser posibles y viables. Ese es uno de los problemas con que se enfrenta el Gobierno, pues para llevar adelante los acuerdos con el organismo multilateral de crédito deben pasar por el Congreso algunas leyes, como la nueva Carta Orgánica del Banco Central, el nombramiento del propio Caputo al frente del BCRA y la autorización para desarmar el Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la Anses. Va a ser muy difícil que el peronismo “conversador” apruebe una serie de leyes que no solo condicionarán al gobierno siguiente, sino que dejará a esta rama peronista como socia del macrismo en fuertes decisiones sobre las que no ha sido consultada, y que expondrán a las huestes del Miguel Angel Pichetto a un cogobierno virtual sin los beneficios correspondientes.
El otro festejo que se ha producido en la Casa Rosada es el ascenso del país a la categoría de país emergente que no lo da ningún organismo de la ONU sino una consultora privada como es Morgan Stanley Capital Investment.
Esta declaración por la cual se trabajó tanto o más para incorporar el país a la OCDE es el premio a uno de los principales problemas de la Argentina de hoy, que
es la libertad absoluta para los capitales golondrina para entrar y salir y que en la fase de “exit” provocó la corrida contra el peso y el descalabro correspondiente que llevó la tasa de interés al 47%.
Imágenes paganas. Sin embargo, el Gobierno no se ha despedido completamente de su ambición reeleccionista. En su auxilio se puede observar desde varias encuestas de la semana última que la imagen negativa del gobierno de Mauricio Macri llegó a su piso en mayo último, donde casi la mitad de los argentinos califica a la administración actual como mala o muy mala, para estabilizarse allí.
Como viene pasando desde los inicios de la administración Cambiemos, los resultados económicos pasaron a ser los principales aspectos considerados a la hora de evaluar al Gobierno. Nuevamente, el oficialismo tiene allí el mayor desafío, por el cual, si la inflación de 2018 estuviera más cerca del 40% que del 30%, daría lugar a un nuevo descenso en la consideración popular.
Pero cuando se observa la intención de un hipotético voto, el Gobierno retiene aún el 35%, mientras ningún otro espacio supera el 30%. Incluso se da la paradoja de personas que evalúan en forma regular a Mauricio Macri, y que no esperan que la situación mejore ostensiblemente para el año próximo, que aun podrían aportar su voto para la reelección presidencial.
Se trata de un voto profundamente ideológico, cuya principal bandera es un nuevo antiperonismo, y que Macri captura haga lo que haga. Curioso
para un gobierno que se ha autodefinido como posideológico.
Finalmente, el lunes habrá un shock de realidad con el paro general de actividades convocado por la CGT, casi contra su propia voluntad. Como ya es parte del folclore argentino, si no hay transporte, la medida de fuerza será un éxito al tiempo que desde el oficialismo será tildado como de alcance parcial y con motivaciones políticas.
*Sociólogo.
(@cfdeangelis)