Es conocido que el peronismo resuelve las disputas políticas con la siguiente frase: “El que gana conduce y el que pierde acompaña”. Por supuesto, eso se aplicó siempre a las disputas de consumo interno, porque las dos veces que le tocó perder una elección con el radicalismo pop o con el triste de la Rúa, el PJ hizo de las suyas para no dejarlos gobernar, aunque desde luego ellos dirán que sólo hicieron lo necesario para demostrar que el resto del espectro partidario lo ignora todo acerca de ese arte. Pero el peronismo, que no es una ideología sino la fórmula vernácula de aplicación de la voluntad de poder, tampoco se va a casar con sus propias frases –no lo hacía el propio Perón–, por lo que el núcleo duro cristino-kirchnerismo ha invertido en la práctica el viejo apotegma y ahora pretende conducir habiendo perdido de antemano: Scioli atestigua su fracaso para fabricar un candidato propio que sume votos, y para atenuar o resolver ese problema ahora los K quieren sentarlo en el sillón de Rivadavia para que oficie de chirolita. Como el peronismo es también el movimiento que más declama su lealtad, será divertido o trágico de ver cómo se resuelve esta disputa por el poder real del trono en una danza imparable de traiciones. Abierto el libro de pases, ya disfrutamos de las deliciosas boutades de Mariotto, y es sólo el primero. Algún día voy a contar por qué yo debería ser considerado el primer sciolista de paladar electrodoméstico (blanco) de la Argentina.
