En la campaña presidencial de 2003, entrevisté al candidato Kirchner. “¿Por qué tiene la plata de Santa Cruz fuera del país?”, le pregunté con tono de periodista incisivo y molesto. “¿Y qué quiere, que la traiga con este gobierno de Duhalde?” Fue la respuesta sincera, una pregunta retórica. Cuando escuchaba a mi querida Presidenta reprocharle al grupo Techint haber depositado fuera del país los fondos cobrados por la expropiación del hermano bolivariano, recordé aquel diálogo con su marido.
Gracias a muchas cosas, entre ellas la tendencia de nuestros gobiernos a solucionar los problemas del populismo fiscal atacando directa o indirectamente los derechos de propiedad, la economía argentina es bimonetaria. El peso se usa para las transacciones y el ahorro de muy corto plazo y el dólar para el ahorro de largo plazo.
Como, además, la experiencia con dólares depositados en el sistema financiero no ha sido muy afortunada, los dólares del ahorro se depositan lo más lejos posible de las estafas sistemáticas: el colchón, el sistema bancario internacional, o algún otro escondite que cada uno inventa.
Como el ahorro voluntario de largo plazo se hace en dólares fuera de los bancos argentinos y el ahorro de largo plazo obligatorio en pesos fue confiscado a fines de 2008 (el fin de las AFJP), la Argentina carece de ahorro local de largo plazo. Además, siendo una economía inflacionaria, con la indexación prohibida y los índices oficiales de precios manipulados, tampoco tenemos la posibilidad de tener crédito de largo plazo en pesos, porque no se puede establecer una tasa de interés o una compensación razonable. En síntesis, la Argentina vive sin ahorro ni crédito de largo plazo.
Este panorama limita el crecimiento y conspira contra la posibilidad de una fuerte e influyente “burguesía nacional” y una mejora sistemática de la distribución del ingreso. La ventaja es para las empresas internacionales que sí pueden acceder al mercado mundial o las grandes empresas argentinas globalizadas. O los amigos del poder que consiguen alguna prebenda, algún crédito oficial, como el dueño de una conocida papelera, o algún contrato especial.
Las pymes no pueden jugar en esa liga y, por lo tanto, sus oportunidades de negocios son menores o se concentran en sectores con poco requerimiento de capital o que demandan inversiones de muy rápido repago.
Visto desde la distribución del ingreso, las mejores oportunidades –sin crédito de largo plazo– son para quienes han podido ahorrar o “heredar” ahorro. Y los salarios no pueden ser muy altos, para compensar el alto costo del capital. Cristalizándose, entonces, una distribución del ingreso regresiva.
Por supuesto que el Gobierno tiene una visión alternativa del problema. Para “ellos” la “culpa” es de “nosotros”. De un sector privado “poco patriota”, que prefiere sacar la plata del país. De terratenientes que no quieren compartir la riqueza del suelo heredado con el resto de los argentinos. De industriales que no invierten y de comerciantes que remarcan precios.
Si ese es el “diagnóstico”, el remedio cae de maduro: que sea el Estado, o sea “ellos”, los encargados de decidir la inversión, la producción, los precios, las licencias para importar y exportar, quiénes acceden a fondos públicos y quiénes no.
Pero cuando el Estado es dueño del principal generador de riqueza del país, como en el caso venezolano, este “modelo” es más sencillo de instrumentar. Cuando la generación de riqueza, en cambio, está más diversificada y descentralizada, como en la Argentina, es más complejo y, lamentablemente para “ellos”, la llave del crecimiento económico es de “nosotros”.
La economía argentina no entró en recesión por el jazz del mundo. Obviamente, el jazz del mundo ayudó, pero la economía argentina ya venía desacelerándose. Porque había vuelto la inflación, de la mano de una expansión descontrolada del gasto público y una política monetaria acomodaticia, que erosionó el poder de compra de los salarios y las jubilaciones. Porque el Gobierno pretendió manejar centralizadamente las decisiones de inversión del sector privado, con un conjunto absurdo de regulaciones, y controles. Y porque quiso recaudar más impuestos que los que la rentabilidad agraria podía tolerar para financiar su propia fiesta. En síntesis, porque intentó aplicar a fondo su “modelo”.
Retomar un ciclo económico ascendente, por lo tanto, no sólo requiere de un mundo más benévolo, ni del acceso de la Argentina al mercado de capitales internacional para refinanciar deuda. Se necesita cambiar un modelo que se agotó, como se agotan todos los populismos.
“Profundizarlo” no hará más que prolongar los problemas, en especial de los sectores más vulnerables. Mientras los que podemos, incluido Kirchner, seguiremos ahorrando fuera del alcance de nuestros poco representativos gobiernos.