COLUMNISTAS
EN BUSCA DE PODER

Protagonismo continental

Alberto Fernández pretende construir un liderazgo regional de la izquierda nacionalista, hoy vacante.

20191610_evo_morales_temes_g.jpg
‘Dale gas’, Evo Morales. | Pablo Temes

Dicen que Roberto Lavagna consideraba indispensable unificar la conducción de Economía con la de política exterior como experiencias gemelas, simultáneas, y en una misma dirección.

Pero el ex ministro no llega al Gobierno a pesar del convite público de los Fernández “seré presidente o no seré nada”, sostuvo, y su consejo de gestión no fue apreciado por Alberto: en veinte días, el bólido electo entró en conflicto con cuatro países por lo menos (Brasil, Chile, Bolivia, posiblemente Uruguay), chisporrotea con Ecuador y se rebela con el Trump de los Estados Unidos. Quizas, sin reparar en las derivaciones económicas, tanto en el Mercosur como en la negociación de la abultada deuda.

Un dilema. Al margen de esa distracción, en el vértigo, AF pretende construir un liderazgo regional de izquierda nacionalista de traje y corbata, hoy vacante o con ocupantes de tropicales guayaberas.

Para muchos, este giro internacional ha sido una sorpresa o una conversión religiosa, mientras otros entienden que el nuevo Fernández encaja al gusto y medida de Cristina, se adapta para cumplir con quien lo nominó e impuso como Presidente en un registro histórico y exclusivo del país.

Solo cuatro son los antecedentes de haber instalado esa voluntad: Julio Roca a su concuñado Miguel Angel Juárez Celman, Hipólito Yrigoyen a Marcelo T. de Alvear, Juan Perón a Héctor J. Cámpora y Néstor Kirchner a su esposa.

Pero todo privilegio tiene un costo. Será decisiva, a once dias hábiles de la asunción, la presencia de la ex mandataria hoy todavía en Cuba penando por la salud de su hija.

Por obvia influencia y respeto, como corresponde, Fernández habrá de esperar para encontrarse a puerta cerrada con ella y rubricar el listado del futuro gabinete, parcialmente divulgado en los medios.

Nadie manifestará asombro por las designaciones (un alto colaborador de Lavagna ingresa como negociador de deuda), ya trascendieron, la mercadería hace rato que se exhibe en los estantes. Y, como Cristina conoce a menos gente que Alberto y Sergio Ma-ssa, su capacidad de oferta está disminuida: hasta ahora se preocupó más por tachar nombres que por ungir candidatos. Como en determinadas sociedades anónimas, dispone de la acción de oro, el veto.

Tampoco ha perdido la oportunidad para expresarse sobre las crisis vecinas, tarea que le fascina a pesar de que la Constitución no se la reserva como vicepresidenta.

Pero hoy nadie observa esos detalles. Más cuando Fernández se ha lanzado al protagonismo continental, totalizador, desde un grupo como el de Puebla que imagina la resurrección de ideas y personajes del siglo pasado, gracias a las últimas y dramáticas algaradas en el mapa. El único vigente de todos es Alberto, al igual que en su tierra, donde se presenta en la antesala del poder como jefe de Estado, de Gabinete, titular de Economía, de Seguridad y Defensa, canciller y etc. Todo en una sola persona. Mucho para tan bajo precio, diría el responsable de la subasta.

Ese ejercicio tan personalista, casi de salvador americano, lo empujó a un acto más de candidato que de mandatario, reñido con ciertas normas y casi irrespetuoso de una nación con otra: se trasladó al Uruguay para hacer campaña por el pálido candidato del Frente Amplio (Martínez) y en contra del aspirante del Partido Nacional (Lacalle Pou). Venía embalado ya con los polvorines vecinales de Bolivia y Chile, la reyerta con Bolsonaro, se le despertó el pasionario que tal vez no fue en los 70 y hasta le lanzó mandobles a Trump porque pensaba distinto. Y eso que en horas previas, gracias a un cercano empresario de sus tiempos como jefe de Gabinete (Gustavo Cinosi) mantuvo amable reunión con un enviado del presidente norteamericano y, con otro, que en el Grupo de Puebla es conocido como Satán.

Para Hispanoamérica y otras partes del mundo, Elliot Abrams ha hecho más méritos que Satán para llevar esa denominación. Sorprendió, eso sí, que nadie del mundo de Puebla se escandalizara con esa entrevista e hiciese mutis por el foro. Ni imaginar los comentarios si el interlocutor de Abrams hubiera sido Macri.

Sin participar de las zoncerías diplomáticas, el gesto de Fernández con el Frente Amplio agregó una curiosidad: fue un ataque a los blancos uruguayos que, además de ganar posiblemente, son el partido que más defendió al peronismo en tiempos del prócer Luis Alberto Herrera, con sabroso y burlón anecdotario contra la Revolución Libertadora del 55, el hombre que impidió también la instalación de bases norteamericanas en su país y debiera ser un modelo de independencia para el ímpetu del argentino en su intento de liderazgo regional.

Pero todo cambia y hoy nadie se arriesga a sostener si Fernández suma o resta votos con su visita a Montevideo, ni lo consideran falta de ética, el Partido Nacional ya no es el mismo, tampoco la sociedad oriental –del odio a Perón en los 50 pasó luego al aplauso victorioso en los 70–, aunque nada ha cambiado más que el camaleónico peronismo. En ese punto no hay discusión.

Alberto igual se protege y supone que acomodará los melones si gana Lacalle: uno de sus amigos es Pancho Bustillo, un blanco hoy embajador del Uruguay en Madrid, en cuya casa se alojó cuando viajó hace algo más de un mes, de vasta relación con empresarios que estarán en los gobiernos de las dos orillas.

Como siempre. Pertenecer tiene sus privilegios. Si es por singularidades y ritos ideológicos, la pugna boliviana ofreció otros flancos. Por un lado, la insistente discusión semántica de Golpe o no de Estado que envolvió en la denuncia a infinidad de políticos, en buena parte radicales, de silencio cómplice cuando en un episodio semejante fue volteado Fernando de la Rúa.

No hubo palabras de condena: simplemente se acogieron al nuevo poder. Y ni hablar de otra notable omisión: cuando Menem pretendía la re-re que inhabilitaba la Constitución, quiso que su Corte adicta le facilitara el trámite. No pudo.

Al revés de Evo, cuyo tribunal superior le facilitó la re-re. Y como si no le alcanzara ese privilegio, se anotó en la re-re-re dinástica, en la triple re. Nadie protestó de los que hoy hablan. Lo del riojano, por su violencia institucional, provocaba accesos de vómito. Comprensible. Lo incomprensible es que lo de Evo no generara las mismas o peores sensaciones. Sobre todo en los que están en el Gobierno que se va, y en los otros del gobierno que viene.