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el ECONOMISTA DE LA SEMANA

Proteccionismo agroalimentario. ¿Qué hay detrás?

Hace unas semanas estalló el “escándalo” de las prohibiciones informales al ingreso de productos alimenticios, aparentemente, siguiendo instrucciones telefónicas del secretario de Comercio a la Anmat, la oficina que controla los aspectos fitosanitarios de los alimentos en el país.

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Hace unas semanas estalló el “escándalo” de las prohibiciones informales al ingreso de productos alimenticios, aparentemente, siguiendo instrucciones telefónicas del secretario de Comercio a la Anmat, la oficina que controla los aspectos fitosanitarios de los alimentos en el país.
El tema da para un análisis superficial de las repercusiones mediáticas, y también para un análisis más profundo de la cuestión, en el marco de la actual coyuntura de la economía argentina.
En primer lugar, hay que reconocer que casi todos los países practican alguna clase de proteccionismo, especialmente en el rubro alimentos, fundamentalmente, porque es muy fácil hacerlo.
Con la excusa de cuidar la salud de la población, se establecen barreras paraarancelarias escritas y no escritas, que hacen sumamente difícil el comercio de estos productos.
Esto está registrado en innumerables presentaciones ante la OMC, pero en mi caso, lo he comprobado durante los años que dirigí una empresa láctea exportadora.
En esos años comprobé que eran prácticas corrientes de nuestros socios de Mercosur, desde la pérdida de los expedientes de importación hasta emitir notificaciones de autorización de importación con fechas casi vencidas, incluyendo la común práctica de modificar permanentemente los requisitos informativos de las etiquetas de los productos exportados.
En los principales países europeos, las fábricas de quesos artesanales, por otra parte exquisitos, no lograrían pasar nunca por las exigencias que la UE les pone a las plantas exportadoras de países extra zona.
Y ahora han inventado el argumento del “confort animal”, como un criterio para dejar fuera del comercio a los países con ganadería extensiva, como hace muchos años usaron la aftosa en los EE.UU., como práctica proteccionista.
Por todo esto no me parece mal que no seamos ingenuos en la política comercial, y que seamos capaces de usar estos argumentos en las negociaciones para abrir los mercados del mundo a nuestros alimentos, terreno en el cual tenemos mucho que aprender y recorrer.
A modo de muestra, recordemos que nuestro emblemático dulce de leche sigue siendo discriminado y sujeto a enormes impuestos, tanto en los EE.UU. como en la UE, porque nunca hemos podido lograr que lo consideraran una confitura, en lugar de “otros productos lácteos”, que podría competir con la manteca, los quesos o las leches.
Entonces, ¿por qué el escándalo?
El escándalo tuvo dos partícipes necesarios: la torpeza del Gobierno y la animosidad de la prensa.
El Gobierno, aparentemente, la Secretaría de Comercio, se manejó con evidente torpeza al dar instrucciones orales de cierre de las importaciones, en lugar de usar algunos de los métodos más comunes, como los ejemplos mencionados.
Y también mostró torpeza al exponerse como proteccionista y socio desleal en un rubro donde tiene cuatro veces más exportaciones que importaciones, y no puede darse el lujo de “invitar” a medidas semejantes tomadas por los países como Brasil, que son clientes importantes de nuestros productos alimenticios.
En otras palabras, “se las dejó picando” para que nuestros clientes nos paguen con la misma moneda, y eso sería carísimo para nuestros intereses.
Y la prensa, que atraviesa un conflicto “a muerte” con el Gobierno, colaboró activamente para que esa noticia, que debería pasar inadvertida, se transformara en “escándalo”.
Cabe reconocer que gran parte de la prensa escrita y sus repetidoras radiales y televisivas están permanentemente a “la pesca” de cualquier noticia, que suficientemente exagerada y publicitada, pudiera hacerle daño al Gobierno, sin reparar en los intereses nacionales.
Pero hay también cuestiones de fondo.
La preocupación por las importaciones no es infundada.
Durante el primer cuatrimestre de este año, las mismas crecieron el 37% frente a las del mismo período del año pasado, mientras que las exportaciones crecieron sólo el 13%. Esta tendencia se está agravando, ya que si tomamos las importaciones de abril y mayo, el crecimiento es del 50%. También se refleja este comportamiento en el saldo comercial, que se ha reducido en el 30% en lo que va del año.
Cabe esperar que la magnitud de la nueva cosecha modifique esa tendencia, pero si esto no sucede porque se retienen las exportaciones, no se va a repetir el saldo de casi 16 mil millones de dólares del año pasado.
Las razones para este comportamiento no son necesariamente malas; la reactivación del consumo es la principal, pero también ayuda la “sensación” de que el dólar no esta tan caro como unos años atrás.
Por el lado de la producción, los empresarios locales enfrentan muchas incertidumbres, como la inflación de costos, los aumentos salariales, la escasez energética, etc.
Pero los importadores gozan de precios externos más bajos, de algunas monedas devaluadas, como el euro, y de futuros cambiarios que cotizan con tasas de interés implícitas mucho menores que la inflación esperada.
Parecería que es más conveniente importar que producir, y esto recuerda peligrosamente a la coyuntura de los años 90, aunque estamos cuantitativa y cualitativamente muy lejos todavía de esa calamidad que tanto daño causó en la economía argentina.
Esperemos que el Gobierno sepa cuándo y cómo enfrentar esta tendencia. Obviamente, no alcanza con telefonazos, y menos cuando se hacen con torpeza. Pero tengamos presente que el problema no es que en las góndolas tengamos mermeladas inglesas o aceites de oliva españoles.
Recordemos que en los últimos seis meses, el euro en pesos bajó más del 10% y durante ese período nuestros alimentos subieron más del 10%. Por lo tanto, el problema a evitar es que las mermeladas o los aceites de oliva pasen a ser más baratos que los mismos productos locales.