COLUMNISTAS
Libertad de expresion

Proteger nuestra palabra

Nada parece más deseable que el hecho de que los grandes valores que sostienen la vida humana en comunidad se conviertan en realidades palpables y cotidianas. Sin embargo, una vez que los creemos afianzados, estos se naturalizan y corremos el riesgo de que comience su lenta perversión, llevándonos incluso a olvidar la fuente de su verdadera importancia.

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Nada parece más deseable que el hecho de que los grandes valores que sostienen la vida humana en comunidad se conviertan en realidades palpables y cotidianas. Sin embargo, una vez que los creemos afianzados, estos se naturalizan y corremos el riesgo de que comience su lenta perversión, llevándonos incluso a olvidar la fuente de su verdadera importancia.

Dentro de las diversas modalidades que toma el valor de la libertad, se destaca, sin lugar a dudas, la llamada “libertad de expresión”. Frente al ataque de cualquier totalitarismo es fácil defenderla, pues el ataque es muy básico y masivo. Pero cuando el estado de cosas nos lleva –como habitualmente pasa en el presente– a una pérdida de eficacia de dicho valor, es más difícil ver en dónde radica el mismo, de modo que se vuelve imperioso reflexionar acerca de su esencia, para recuperarla y potenciar su ascendencia sobre la vida social e individual de las personas.

Recordemos un profundo y sutil pensamiento cuya elaboración nos legara el filósofo alemán Immanuel Kant En su notable opúsculo Cómo orientarse en el pensamiento, Kant sostuvo que la libertad de hablar y de escribir es una condición para la libertad de pensar. Ahora bien, lo más privado que podemos concebir es la libertad de pensar, aquello que toda constitución liberal se preocupa por proteger. Por otra parte, la libertad de expresión es una libertad pública, por lo que el ejercicio de hecho de la libertad pública de expresión es condición para ejercer el derecho a la libertad de pensamiento.

Lo que Kant nos enseñó es que la coacción civil ahoga la libertad de pensar cuando elimina o bastardea la libertad de comunicación, porque esa libertad de derecho del pensamiento, exigencia de la razón, no podría encontrar el hecho de su ejercicio sin la práctica irrestricta pero responsable del lenguaje en comunidad.

Para que la libertad de expresión cumpla función tan vital, es preciso que esté disponible igualitariamente y que sea eficaz. Lamentablemente, éste no parece ser el estado de cosas en la Argentina, aunque tampoco lo es en mayor o menor grado en el resto del mundo. Hoy las palabras pierden peso al reducirse a estereotipia o clisé. La banalidad profusa de los discursos de los medios masivos de comunicación exigen, a quienes quieren participar en el juego, la simplificación esquemática y el empobrecimiento de los recursos expresivos. La consecuencia inevitable es la progresiva reducción del pensamiento mismo, dada la dependencia entre libertad de expresión y pensamiento antes señalada.

A esta práctica lingüística generalizada se suma la creciente concentración del acceso a los medios masivos de comunicación en pocas empresas, grupos y tipos sociales, los que conforman un círculo vicioso que agudiza la pérdida de eficacia de la palabra. Y dado que la palabra es también un vehículo para la construcción de poder, su secuestro y empobrecimiento redunda en que la mayoría del pueblo quede al margen de dicha construcción. (La llamada “clase dirigente” favorece este proceso, cuando muchos políticos se limitan a unas pocas fórmulas, dicotomías falsificadoras o incluso a la chicana y el insulto.)

Los argentinos sabemos cuán trágico es perder la plena vigencia del estado de derecho y la democracia. Pero para vivir democráticamente no alcanza con votar periódicamente conservando. Se requiere también condiciones objetivas para practicar la libertad de pensar. En la huella de Kant, recordemos que para que esto suceda, debe darse la libertad de expresión para que podamos encontrar en ella toda su eficacia y todo su valor.

Proteger nuestra palabra es el compromiso que debemos exigirle a quienes tienen responsabilidades públicas, tanto en el ámbito de las instituciones políticas, las organizaciones intermedias y los medios masivos de comunicación, pues celebrar en serio la libertad de expresión hará posible que celebremos cabalmente una vida en libertad.


*Senador nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Coalición Cívica).