La impresionante victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos dejó en claro algo: demasiados estadounidenses –especialmente hombres blancos– sienten que se quedaron atrás. No es sólo un sentimiento; muchos estadounidenses realmente se quedaron relegados. Esto puede verse en los datos tan claramente como se hace patente en su ira. Y, tal como he sostenido repetidamente, un sistema económico que no “cumple” con gran parte de la población es un sistema económico fallido. Entonces, ¿qué debe hacer el presidente electo Trump al respecto?
Durante las tres últimas décadas, las reglas del sistema económico de Estados Unidos han sido reescritas para estar sólo al servicio de unos pocos que se encuentran en la parte superior, perjudicando a la economía en su conjunto, y especialmente al 80% en la parte inferior. La ironía de la victoria de Trump es que fue el Partido Republicano, al que ahora Trump lidera, el que impulsó la globalización extrema y arremetió contra los marcos políticos que hubieran mitigado el trauma asociado a la misma. Sin embargo, la historia sí tiene importancia: China e India están ahora integradas en la economía mundial. Además, la tecnología ha avanzado tan rápido que el número de empleos en manufactura, a nivel mundial, está disminuyendo.
La inferencia es que no hay manera de que Trump pueda traer a Estados Unidos un número significativo de puestos de trabajos bien pagados en el ámbito de manufactura. Puede traer de vuelta la manufactura, a través de manufactura avanzada, pero habrá pocos puesto de trabajo. Y, también puede hacer que los puestos de trabajo retornen, pero serán puestos de trabajo con bajos salarios, no los puestos bien remunerados de los años cincuenta.
Si Trump es serio en cuanto a abordar la desigualdad, debe reescribir las reglas una vez más, de una manera que sirvan a los intereses de toda la sociedad, no sólo a los intereses de aquellas personas que son como él.
Lo primero en el orden del día es impulsar la inversión, restableciendo así un robusto crecimiento a largo plazo. Específicamente, Trump debe enfatizar el gasto en infraestructura e investigación. Es sorprendente que en un país cuyo éxito económico se basa en la innovación tecnológica, la participación en el PIB de la inversión en investigación básica esté, hoy en día, en un nivel más bajo del que estuvo hace medio siglo (...)
Al mismo tiempo se necesita un abordaje integral para mejorar la distribución de la renta de Estados Unidos, que es una de las peores entre las economías avanzadas. Si bien Trump ha prometido elevar el salario mínimo, es improbable que realice otros cambios de importancia crítica, como ser el fortalecimiento de los derechos de negociación colectiva y el poder de negociación de los trabajadores, así como la imposición de restricciones a la compensación de los directores ejecutivos y a la financiarización.
La reforma de la regulación debe ir más allá de tan sólo limitar el daño que el sector financiero puede hacer y debe garantizar que este sector realmente esté al servicio de la sociedad (...)
El retrógrado sistema impositivo de Estados Unidos –que estimula la desigualdad al ayudar a los ricos (sólo a ellos y a nadie más) a hacerse aún más ricos– también debe ser reformado. Un objetivo obvio debería ser eliminar el tratamiento especial de las ganancias de capital y los dividendos. Otro objetivo es garantizar que las empresas paguen impuestos –tal vez bajando la tasa de impuestos corporativos para aquellas empresas que inviertan y creen empleos en Estados Unidos, y elevándolos para las que no lo hagan. Sin embargo, debido a que Trump es uno de los principales beneficiarios de este sistema, sus promesas relativas a llevar a cabo reformas que beneficien a los estadounidenses comunes y corrientes no son creíbles; tal como acostumbradamente ocurre con los republicanos, los cambios impositivos que ellos realizan beneficiarán en gran medida a los ricos (...).
Los problemas planteados por los estadounidenses marginados –cuya marginación es el resultado de décadas de negligencia– no se resolverán ni rápidamente ni mediante herramientas convencionales. Una estrategia eficaz tendrá que considerar un mayor número de soluciones no convencionales, hacia las que los intereses corporativos republicanos son poco proclives. Por ejemplo, se podría permitir a las personas incrementar su seguridad de jubilación poniendo más dinero en sus cuentas del Seguro Social, con aumentos proporcionales en sus pensiones. Además, se podrían instituir políticas integrales de licencias por enfermedad y asuntos familiares que ayudarían a que los estadounidenses lograran un equilibrio menos estresante entre la vida cotidiana y el trabajo.
Del mismo modo, una opción a través del sector público para financiar viviendas podría dar derecho a cualquier persona que haya pagado impuestos regularmente a obtener una hipoteca con el 20% de pago inicial, a un préstamo que sea proporcional a su capacidad para pagar la deuda a una tasa de interés ligeramente superior a la que el gobierno pueda pedir prestado y reembolsar, a su vez, su propia deuda. Los pagos se canalizarían a través del sistema de impuestos sobre la renta.
Mucho ha cambiado desde que el presidente Ronald Reagan empezó a debilitar a la clase media y desviar los beneficios del crecimiento a favor de aquellos en el estrato más alto, y las políticas e instituciones estadounidenses no se han mantenido al ritmo de dichos cambios. Desde el papel que de-sempeñan las mujeres en la fuerza de trabajo y el surgimiento de internet hasta el aumento de la diversidad cultural, Estados Unidos del siglo XXI es fundamentalmente distinto al Estados Unidos de los años ochenta.
Si Trump realmente quiere ayudar a los relegados, debe ir más allá de las batallas ideológicas del pasado. La agenda que acabo de esbozar no es sólo una agenda económica: es una sobre cómo edificar una sociedad dinámica, abierta y justa que cumpla la promesa de los valores más apreciados por los estadounidenses. Pero si bien, en algunas maneras, esta agenda es coherente con las promesas de campaña de Trump, en muchas otras maneras, es la antítesis de dichas promesas.
Mi muy nublada bola de cristal muestra una reescritura de las reglas, pero no para corregir los graves errores de la revolución de Reagan, un hito en el viaje sórdido que dejó a tantos atrás. Por el contrario, las nuevas reglas empeorarán la situación, excluyendo aún a más personas del sueño estadounidense.
*Premio Nobel de Economía.
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