La economía argentina cierra un año muy difícil, con luces y sombras, que brillan más o menos de acuerdo a cómo se evalúe el punto de partida. Hoy el foco de atención está puesto en qué puede suceder en los próximos doce meses, no sólo porque mirar el corto plazo es una característica del análisis local, sino porque además 2017 es un año electoral en el que el gobierno plebiscita su gestión. Pero muchos extienden esa mirada a 2018, sobre todo en ciertos ámbitos donde las decisiones de negocios prevén plazos más extensos. Esta perspectiva de analizar más allá que el próximo diciembre es crucial en momentos como el actual para potenciar el desarrollo de nuevas oportunidades. Fundamentalmente, porque tomar decisiones dominados por la coyuntura puede conducir a dejar de lado estrategias atractivas para un horizonte más largo, y para el que hay que prepararse.
Las perspectivas para el año próximo son auspiciosas, con algunas (pocas) señales actuales de los ansiados brotes verdes, y de la mano de un sector agropecuario que aportaría casi un punto de crecimiento, la puesta en marcha por fin de la obra pública y de muchos proyectos privados, la implementación de algunas de las inversiones anunciadas en los últimos meses, y de un consumo que volvería a traccionar a partir de la recuperación del salario real y una mejor perspectiva en el empleo. Lo que pueda pasar en 2018 es más difícil de estimar, con la discusión girando en torno a la sustentabilidad del crecimiento que se iniciaría el año próximo.
Pero mirando un horizonte un poco más largo, y más allá del camino y los tiempos que se tomen, la economía argentina tiene una oportunidad para crecer única. Proyectos de muy alta rentabilidad en sectores diversos (energía, petróleo y gas, minería, servicios, software, laboratorios), el bono demográfico y un capital humano de calidad, conforman un paquete que permite ser optimistas de cara al largo plazo.
Y el sistema financiero juega un rol fundamental en este tablero. No hay experiencia de crecimiento económico sustentable en el mundo que no registre a su vez un desarrollo del sector. Con un rol preponderante de los bancos. Hoy el sistema bancario en Argentina tiene un peso bajísimo en la economía, tanto respecto del pasado como si se compara con países semejantes en la región y el mundo. Cualquier indicador revela este escaso protagonismo. La buena noticia es que el margen para crecer en el largo plazo es muy grande. Y si no tenemos dudas acerca del crecimiento potencial de la economía, entonces tampoco deberíamos tenerlas sobre la potencialidad de negocios del sector.
La pregunta clave es hacia dónde debería crecer. Dónde están las oportunidades y dónde los riesgos de una eventual expansión del sistema bancario en Argentina. En una economía que de alguna u otra manera tenderá a normalizarse (léase, crecimiento sostenido con baja inflación), los pilares donde los bancos han encontrado rentabilidad en los últimos años tenderán a perder peso específico.
Los ingresos relacionados con el consumo se verán amenazados por una caída en los márgenes, de la mano de reducciones de tasas y presión de los costos, y por una menor capacidad de aumentar las cápitas, lo que llevará a una “lucha cuerpo a cuerpo” de las entidades para ganar volumen. La rentabilidad proveniente del exceso de liquidez debería desaparecer con tasas de interés más bajas y un Banco Central que lleve las riendas de la inflación.
Por lo que el sistema debería crecer con el foco puesto en los préstamos hipotecarios y en el financiamiento a los sectores productivos, donde la oferta actual es escasa. Y el crecimiento orientado en este sentido cambiaría la ecuación rentabilidad/riesgo que actualmente manejan los bancos. En otras palabras, el nuevo escenario desafía a las entidades a entender muy bien lo que viene para prepararse, en todos los órdenes: estratégico, manejo del riesgo, comercial y recursos humanos, entre otras variables.
En el caso de los préstamos hipotecarios, la necesidad es obvia. El déficit habitacional en Argentina está a la vista. El sueño de la casa propia en nuestro país nunca fue más sueño que realidad que en la actualidad. Prácticamente nadie puede acceder a este tipo de líneas. Una pequeña muestra en este sentido ha sido el Plan ProCrear, o la demanda creciente por las nuevas líneas UVA (Unidad de Valor Adquisitivo) lanzadas por el BCRA. En este caso, el rol de la autoridad monetaria y del sector público en general es clave, al menos en una transición donde las condiciones para que el sistema mismo genere el volumen y baje las barreras de acceso se vayan generando.
En el caso de los préstamos productivos los bancos tienen mucho por hacer. Hoy la mayoría de las entidades tienen un segmento orientado a las empresas con cierto dinamismo. Pero la demanda de los sectores productivos deberá ser mucho mayor y de otra calidad en caso de que la economía entre en un sendero de crecimiento sustentable. Para ser proactivos en esta nueva etapa, los bancos deberán entender quiénes pueden ser los sectores ganadores y perdedores del corto, mediano y largo plazo, acomodar sus estrategias en términos de sus parámetros de rentabilidad/riesgo, y generar los cambios necesarios para ir en busca de esos clientes, en materia de productos, prácticas internas, perfiles de recursos humanos, apertura de sucursales, y otras dimensiones que implican mover la proa de un barco gigante hacia un nuevo norte.
Sin dudas, para que esto suceda el sistema requiere despejar condiciones macro y regulatorias propias del sector. No se puede pretender que los bancos comiencen a hablar ese idioma sin una perspectiva de una moneda sana (para evitar la dolarización del sistema, o el descalce de plazos, entre otras cosas), que requiere de un frente fiscal ordenado, inflación en parámetros lógicos para una economía emergente y reglas de juego estables. Pero también será necesario que el Banco Central marque la cancha para adelante en materia de rentabilidad/riesgos del sistema, exposición a descalces de monedas y construcción de curvas de tasas de interés completas y de largo plazo, entre otras normas.
Son muchas las variables que pueden determinar que Argentina comience a transitar un sendero de crecimiento sostenido, no obstante, el sistema financiero debe asumir un rol protagónico, ser artífice y posibilitador de aquellos proyectos estratégicos que serán decisivos para el desarrollo de nuestro país. Pero para ello deberá ponerse a trabajar, de modo de no dejar pasar oportunidades.
Gerente de Desarrollo de Negocios de ABECEB