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¿Qué es un autor?

Había tenido un hijo (dos), había plantado un árbol (varios), había escrito unos libros. Y sin embargo... le parecía poco.

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Había tenido un hijo (dos), había plantado un árbol (varios), había escrito unos libros. Y sin embargo... le parecía poco. Hijos ya no tendría (aunque esperaría los nietos como si fueran irresponsables repeticiones de lo mismo), árboles seguiría plantando y libros nuevos lo arrastrarían al desasosiego. Decidió hacer una casa.

Además de lo que encargó (la estructura, el techo, las aberturas, la instalación sanitaria y eléctrica), puso todos los tomacorrientes, lámparas y llaves de luz, fabricó tres tejidos mosquiteros, hizo un taparrollos para una persiana de dimensiones fuera de lo corriente, pintó paredes, barnizó muebles, aplicó capas de protección en los ladrillos a la vista, pulió los pisos, instaló una luz de emergencia y un farol en el jardín y se detuvo a contemplar el atardecer acompañado por sus perros, sus gatas y las personas que amaba.

Puso en la casa restos de hogares pretéritos: esto era del departamento de Mar del Plata, aquello era del departamento en La Lucila, ese armario y ese escritorio estaban en el departamento de Humberto Primo. Todo había sido hecho con su trabajo personal: pagó de su salario todo lo que compró y fabricó con sus manos.

Se sintió satisfecho salvo por una inquietud que fue creciendo con los días y los meses. Nadie notaba los progresos realizados (todo parecía “natural”). Se dio cuenta de que el artesanado es la forma más impersonal de la “obra” (mucho más que un árbol, un hijo o un libro): lo bien hecho no se nota, está allí, funciona, no se espera sino eso. Pensó en sus novelas y comprendió el fastidio (¿brechtiano?) que le provocaba lo bien fait. Un libro del que sólo se puede decir que funciona, que es lo que se espera que sea y sólo eso, ¿no es la aniquilación del arte por el artesanado?

Recordó palabras de un escritor admirado: “¡Que lo haga otro!”. Ese fundamentalismo por lo nuevo (en lugar de lo bueno), ¿no era índice de un aristocratismo demodé?

¿No sería mejor, en lugar de aquellas incandescencias vanguardistas (o meramente narcisistas), hacer libros como cosas y reducir la función del autor a ese nadie que hace todo sin poner su firma nunca?