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¿Qué es un Tonypandy?

La idea del investigador que no visita la escena del crimen se remonta a 1841 con el Dupin de Poe.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Isidro Parodi, el personaje de Bustos Domecq, resolvía crímenes sin salir de su celda en 1942. En 1951, la escocesa Josephine Tey publicó La hija del tiempo, en la que Alan Grant no se mueve de su lugar, pero esta vez el detective no es un delincuente sino un inspector de Scotland Yard postrado en una cama de hospital. La idea del investigador que no visita la escena del crimen se remonta a 1841 con el Dupin de Poe y el subgénero tiene un nombre: the armchair detective, el detective de sillón. Su máximo exponente tal vez sea Nero Wolfe, el obeso coleccionista de orquídeas creado por Rex Stout en 1934. La hija del tiempo fue elegida hace poco como la mejor novela policial de todos los tiempos (por alguna sociedad poco confiable) mientras que Tey (1896-1952), escritora escocesa cuya producción giró alrededor del teatro, parece ser objeto de un revival y la editorial española Hoja de lata está reeditando sus novelas. 

Tal vez La hija del tiempo no sea la mejor novela policial (para hablar solo de escritoras inglesas, prefiero las de Dorothy L. Sayers) pero ciertamente es muy buena. Su mayor rasgo de originalidad es que Grant, ayudado por Brent Carradine, un joven estadounidense aspirante a escritor que le consigue el material de las bibliotecas, resuelve desde la cama un crimen cometido en el siglo XV. Un crimen del que el principal sospechoso es nada menos que Ricardo III, a quien Tomás Moro y Shakespeare pintaron como un villano monstruoso que así llegó a nuestros días, como culpable entre otros crímenes, de asesinar a sus sobrinos de 12 y 9 años (herederos al trono) en la Torre de Londres como se cuenta en la tragedia homónima. Pero basándose en los documentos de la época y en sus habilidades deductivas, Grant demuestra no solo la inocencia de Ricardo sino la culpabilidad de su sucesor Enrique VII. Como la mayoría de los lectores locales no está familiarizada con las peripecias de la monarquía inglesa (salvo en lo que hace a Isabel II, su exnuera y sus herederos) ni en el conflicto entre los Plantagenet y los Tudor, puede perderse un poco en los vericuetos de la investigación de Grant. Pero es imposible no disfrutar del humor del libro ni asombrarse de lo distorsionada que puede estar la historia que se transmite entre generaciones. Grant utiliza un nombre, Tonypandy, para designar las leyendas que pasan por hechos. Tonypandy es un pueblo de Gales en el que se supone que tuvo lugar en 1910 una represión salvaje contra los mineros en una huelga ordenada por Winston Churchill (Tey parece profundamente conservadora). Grant y Carradine citan varios casos de Tonypandy a ambos lados del Atlántico: falsos mártires e improbables atrocidades cuyo mejor ejemplo sería el pobre Ricardo, al que pintan como un guerrero valiente, un gobernante ejemplar y todo un huma-nista. Hoy se puede consultar internet y encontrar numerosos debates sobre la culpabilidad de Ricardo III, un asunto que no está del todo saldado. Pero no era así en 1951, cuando se publicó la novela, que debe haber sido una gran sorpresa para los lectores. Si Tey no demuestra su teoría, al menos es muy convincente en un aspecto: Ricardo III no era jorobado ni tullido ni manco, como lo hemos visto en el cine, sino un apuesto caballero que apenas tenía un hombro más alto que el otro.