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¿Qué fumaste, hermano?

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He leído la nota de Hernán Brienza en Tiempo Argentino en la que convoca a hablar “en serio” de la corrupción. Estoy convencido de que Brienza ni es inocente ni se propuso abordar seriamente la cuestión. Confunde todo para que nadie entienda nada, y con su nota es funcional al “festín de los corruptos” que está lejos de haber concluido. Empiezo por decir que sus afirmaciones iniciales son falsas. Es falso que la prensa haya esperado la salida de los gobiernos democráticos para denunciar conductas corruptas. Menem fue denunciado como tal mucho antes de dejar el poder. Robo para la corona, de Verbitsky, es de enero de 1991. Otro tanto ocurrió con De la Rúa con la “Banelco”. Con los Kirchner, las denuncias no esperaron la derrota electoral de Cristina Fernández. No es mi intención ejercer la defensa del periodismo o ser heraldo de una independencia profesional en la que creo cada vez menos. Los periodistas independientes son tan escasos que es imposible no reconocerlos. Brienza no está entre ellos. Imposible olvidar su entrevista televisiva con la ex presidenta, donde hizo gala de una condescendencia rayana en la obsecuencia. Para demostrar que Brienza miente basta con ver la prensa actual, que, con guantes quirúrgicos, empieza a medirle el aceite al Presidente.
Luego Brienza entra en la parte más escabrosa de su larga nota. Dejemos de lado su inverosímil proclamación de inocencia, “sólo cobro por mi trabajo” (justamente de eso se trata la corrupción del periodista, de cobrar por trabajar pero no por la verdad sino para el que paga), y su reconocimiento de que lo que escribe no es “políticamente correcto”, como si la extravagancia moral sólo por extravagante deviniera virtuosa. Brienza, al decir obviedades acerca de ciertas prácticas políticas, generaliza y naturaliza la corrupción. Dice casi textualmente que lo que quiere explicar es que “la corrupción está adherida como la hiedra al financiamiento de la política”. Es decir: no hay ni puede haber política sin corrupción. Tendría razón si fuera cierto lo de Kirchner: “Hay que hacer plata para poder hacer política”. Y hacerla con y desde el Estado. Pero tampoco esto es cierto. Para ganar elecciones no hacen falta millones de pesos sino millones de votos, y sólo un fanático del mercado puede creer que los votos siempre se compran y los candidatos siempre se venden como gallinas en la feria.
Que hay corrupción es obvio. Es más, con las reglas de juego del sistema, lo de Brienza es dogma. Hay que robar para tener poder. Pero todo lo contrario es la política para los que lucharon y luchan por cambiar el sistema. Se trata de construir política desde la periferia hacia el centro y desde abajo hacia arriba. De herir al sistema donde late el corazón de su poder: en un cuerpo social anestesiado. De enfrentar la corrupción porque expresa la degradación moral con destino de metástasis colectiva, y es uno de los letales enemigos de la política como instrumento de la construcción de una sociedad democrática, justa y solidaria. La corrupción es la bomba neutrónica que demuestra la intrínseca perversidad del dinero gobernando a la política. Busca dejar todo en pie, pero vacío de cualquier rasgo de “servicio y fraternidad”. Mientras tanto Brienza dice que “la corrupción democratiza en forma espeluznante a la política”, y que “sólo pueden ser decentes los que pueden darse el lujo de ser decentes”. Esta apología de la resignación y de la convivencia pacífica con la corrupción es narcotizante. Ignora que no hay democracia donde el protagonismo popular y su afán inagotable de justicia claudican frente al poder del dinero. Le agrega además un brote clasista y dice que la decencia es patrimonio exclusivo de los ricos. Llegó el momento de preguntarle con empatía: ¿qué fumaste, hermano?

*Ex embajador en OEA y Uruguay.