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Qué hacemos con Cristina

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A tono con lo que sembró y cosechó a lo largo de su reinado, no hay acuerdos mayoritarios sobre el destino de Cristina Fernández de Kirchner. Además de los obvios extremos en los que militan los agrietados, hay una gama interesante de matices en los entrecruzados ejes políticos y judiciales.
A pesar de ser una “abogada exitosa”, la ex presidenta prefiere evitar los trasiegos jurídicos para buscarle a todo una interpretación jurídica, aun a posibles acciones delictivas. No resulta casual ni antojadizo.
Ante la avanzada judicial en su contra, Cristina dice sentirse perseguida. Muy baratos le salieron en ese plano sus ocho años en el poder, mediante controvertidas absoluciones, faltas de mérito o cajoneos de causas del siempre servicial Comodoro Py. Ahora se reabren, se aceleran y se profundizan. Parafraseando el gardeliano Cuesta abajo, sería el costo de ya no ser.
La victimización como estrategia pudo dar algún resultado hasta las bolsas voladoras de José López. Allí se fracturó el frente interno del kirchnerismo, ese que hipócrita o cínicamente no quiso, no pudo o no supo ver cómo su líder ya fallecido construyó una maquinaria de recaudación tan brutal como seductora. Ni hablar de los cómplices o de los partícipes necesarios, dentro y fuera del Estado.
Lo que quedaba del planeta K no sólo implosionó con las bolsitas del señor López (como antes lo había impactado el caso Báez), sino –sobre todo– con la pobre respuesta de CFK. La que todo lo explica y relata sólo atinó a escribir en redes sociales que este Lopecito 9.0 (en verdes) era un lobo solitario y que esa plata no le pertenecía a ella.
La diáspora incipiente se disparó. Gobernadores, senadores, diputados, dirigentes sociales y otras áreas de influencia kirchneristas se declararon autónomos de los designios patagónicos. Varias de esas rebeliones se tradujeron en entendimientos de distinto tipo con el Gobierno.
Casi sin proponérselo, la gestión de Cambiemos obtiene el beneficio de una mayor gobernabilidad gracias a este peronismo fraccionado, sin liderazgo. Sin embargo, trasuntan allí ciertos límites y contradicciones al respecto. Algunos funcionarios de peso creen que esa gobernabilidad podría verse afectada por una decisión judicial que pusiera presa a Cristina. El argumento: se reactualizaría la grieta que en apariencia quedó atrás. Otros oficialistas piensan lo contrario: que la detención de CFK aumentaría las chances del Gobierno para mostrarse distinto y transparente.
Como siempre, Elisa Carrió ofrece una voz disonante. Ya alertó acerca de si la ofensiva contra la ex presidenta no es en realidad una pantalla detrás de la cual se esconderá a Julio De Vido y a otros personajes conocidos que disfrutaron de la obra y el dinero fácil.
Insospechada de cristinista, la advertencia de Carrió es parte de su pertinaz campaña contra los manejos de Comodoro Py. Más de un juez federal y de un fiscal (en especial uno que ya lleva dos fines de semana consecutivos de exóticas escapadas al exterior) debieron tomar nota. Lo mismo por no haber sido invitados a la asunción como juez de la Corte de Horacio Rosatti.
El futuro de CFK y sus efectos también explican esas intrigas. Que no terminan.