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¿Qué hacer para terminar con las crisis?

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Para salir del estancamiento económico y superar las crisis derivadas del mismo, Argentina debe empezar por superar su contradicción principal: un modo de producción capitalista y una cultura política que lo combate.

Marx describe cómo el dinero se trasforma en capital dando nacimiento a un nuevo modo de producción. El dinero circula “de manera directa” cuando entrego mercancía a cambio de dinero y con ese dinero compro una mercancía distinta, que no poseo (M-D-M). “Pero, al lado de esta forma, nos encontramos con otra” donde el dinero compra mercancías (fuerza de trabajo incluida) que al venderlas, transformadas, generan dinero (D-M-D). La única razón para que alguien ponga dinero para volver a recibir dinero es que la suma que recibe sea mayor que la invertida. Esto ocurre, según Marx, por el plus de valor que el trabajador agrega al proceso productivo, del que se apropia el capitalista. Frente a este pillaje, y ante la ausencia de un Estado independiente, no quedaba otra salida que la lucha de clases contra esa explotación, terminando con la propiedad privada de los medios de producción.

Weber ofrece una lectura más amigable en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, donde los empresarios se comportan guiados por esa ética que privilegia el esfuerzo y condena el consumismo. Primó la visión marxista, fortalecida por los abusos registrados por Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra.

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Cuando Gramsci, desde la cárcel, derriba el dogma de lo político como mero reflejo de lo económico, por considerarlo “un infantilismo primitivo”, fortalece una posición de izquierda democrática que promueve un sistema en que el Estado interviene en el mercado, con independencia del capital, pero sin renunciar a esa lógica productiva.

Por otro lado, las revoluciones rusa de 1917 y cubana de 1959 sustituyen el capitalismo por un sistema productivo a cargo del Estado, mostrando que ese camino lleva al estancamiento económico, además de la pérdida de libertades.

Ninguna de estas experiencias afecta a los portadores de nuestra cultura política, quienes, al no superar aquel “infantilismo primitivo”, están siempre prontos para apoyar medidas que terminan minando la capacidad productiva del capital privado. Y hablo de cultura más que de ideología, ya que se trata de un sentimiento que se expresa en forma de prejuicios y simplificaciones y que no llega a elaborar una salida alternativa; pese a ello, impregna las propuestas de varias fuerzas políticas. Ante problemas derivados de la ineficiencia y de la ausencia de una estrategia de desarrollo coherente, se concluye ligeramente que la culpa la tiene el capitalismo. Para algunos, hasta el incremento de la delincuencia es una consecuencia de este modo de producción, y a partir de esta “verdad” que no necesita ser probada, se justifica hasta el robo a mano armada.

Esta cultura no entiende que el capitalismo hoy no es otra cosa que un sistema donde la producción está a cargo de la empresa privada, con un Estado que vela por el respeto a los derechos laborales e impone las pautas distributivas. Que lo haga o no depende del gobierno de turno y no del sistema. El mundo entero se desarrolla con este modo de producción; y hasta los chinos aceptan el capital privado en su economía. Países europeos que son o han sido gobernados por socialistas no cuestionan el rol de la empresa privada, al igual que Bachelet en Chile y Tabaré Vázquez en Uruguay. Y aun en Estados Unidos, pese a la desigualdad creciente, el 94,1% de los que buscan trabajo lo obtiene (empleo no planes) y el 85,5% de las personas vive en hogares con un ingreso igual o mayor a los US$ 24 mil al año.

La contradicción señalada podría resolverse también expropiando los medios de producción; pero como esto no es propuesto ni por los anticapitalistas, sólo queda actuar con la madurez necesaria.

*Sociólogo.