Contra el deseo de muchos de verla retirada de la política o incluso presa, Cristina sigue presente en la agenda. Acaso sea de pura obcecada. Tal vez, la nostalgia del poder que ya fue. Por las razones que fueran, ella está ahí, merodeando y jugando a dejar que caminen las brisas de una posible candidatura.
No ha llegado aún el momento del “no se hagan los rulos”, como dijo altri tempi. ¿Llegará? Sólo ella lo sabe, lo cual es una verdad de Perogrullo y requeriría que este texto termine acá. No les voy a dar el gusto. Porque hay contextos que pueden influir en la decisión de la ex presidenta.
Uno es político. Cristina sabe que goza de una amplia mayoría de imagen negativa. Pero aun así, mediciones serias le otorgan un piso electoral nada desdeñable para cualquier candidato. En la provincia de Buenos Aires, principal distrito electoral del país, se ubica entre el 20 y el 25%. Por eso sus adláteres (entre ellos la linda muchachada que fue a reunirse con ella días atrás a Río Gallegos) se cuelgan de sus… chances.
Está todo fríamente calculado. La preferencia K por disputar con ella la Provincia es disparada desde varios frentes. Se pelean allí por la mayor representación legislativa del país. El Frente para la Victoria renueva más de una treintena de diputados nacionales conseguidos en 2013, en la derrota con el massismo. Muchos cargos, y ni hablar de los provinciales.
Justamente, ése es el escenario favorito además para disputarle a Massa el liderazgo peronista con vistas a 2019, hoy sin dueño ni dueña. Cada vez queda más claro que las legislativas de este año van a funcionar en el peronismo como una suerte de primaria para el turno presidencial. Dos años en la dinámica política argentina parecen –y son– ciencia ficción. Pero así es la lógica de esa maquinaria de poder que es el justicialismo.
Un tercer factor apestilla los sueños kirchneristas de una candidatura de Cristina en territorio bonaerense. El peso simbólico de ganarle en terreno propio al Cambiemos de María Eugenia Vidal, la dirigente con mejor imagen del país y protagonista del mayor impacto electoral de 2015. “Ganarles a Vidal y a Massa en la Provincia nos deja todo servido para volver en 2019”, dice un cristinista de la última hora con brillo en los ojos.
Plop. Dejemos los sueños por un rato y volvamos al barro. El peronismo no espera a CFK con los brazos abiertos, ni siquiera (o sobre todo) en la provincia de Buenos Aires. Fuera de La Cámpora y de un puñado de intendentes y ex sin gran proyección, no surgen voces clamando por la viuda de Kirchner. Más bien todo lo contrario: se multiplican aquellos que pese a haber gozado de la “década ganada”, consideran a la ex presidenta como parte ya del pasado. La lista es frondosa y pública. Y, con la flexibilidad clásica del peronismo, puede ampliarse o reducirse al compás de lo que convenga bailar.
La posibilidad de hacer proselitismo en esa escenografía hostil, más la dificultad real de vencer al oficialismo de Vidal y al pseudoperonismo de Massa, pueden tentar a Cristina a competir por Santa Cruz. Aunque allí gobierne con muchísimos problemas su cuñada Alicia, sabe que una candidatura en su lugar en el mundo la catapultaría sin inconvenientes en el Senado de la Nación. Preferiría la Cámara alta, donde estuvo siempre, salvo cuando su marido le pidió encabezar la lista de diputados. Otra época.
Todas estas elucubraciones podrían caer en saco roto frente a la posible aceleración judicial de los procesos en su contra. La velocidad debería implicar condenas firmes para que haya un impedimento legal de postularse a un cargo electivo. Según se detalla en la nota de tapa de PERFIL de hoy, no darán los tiempos ni para que alguna de sus causas llegue a juicio oral este año. Mucho menos hay calendario estimado de fallos.
Y eso sin hablar de lo política y electoralmente conveniente que le resulta al oficialismo actual polarizar con el kirchnerismo. No sólo para sostener el relato “perocristinista” de los actuales funcionarios, como diría el investigador Martín Becerra, sino para ganar y consolidar gobernabilidad. Pero ésa es una historia que excede a Cristina. O no.