Salgo tan poco, hago del aburrimiento mi pan cotidiano, pertenezco al proletariado cultural sin esperanza alguna, mi vida es tan divertida como chupar un clavo, y encima me gano la vida –es decir, la pierdo– escribiendo en un diario… solo me acompaña la desdicha. Así que, cuando me enteré de que la siempre buena Ediciones Godot cumplía 15 años, imaginé que organizarían una fiesta descontrolada, como las que hacían las editoriales indies en Barcelona a mediados de los 2000, con pileta y diversos estímulos (por supuesto, no fui a ninguna de esas, pero me contaron mis amigos que están en la pomada). Pero no fui así. No hubo ninguna fiesta (y si la hubo, no me invitaron: en su lugar yo hubiera hecho lo mismo). Y no solo no aconteció el descontrol, sino que, para celebrar la década y media, decidieron publicar un libro. Y para colmo bueno, un buen libro. ¡Qué embole! Pero, en fin, como dice el refrán “Periodismo cultural, sacerdocio sin igual”, y aquí estoy, en este domingo tórrido de febrero, a punto de versar sobre dicho volumen. Primero, el nombre: Bibliotecas. Se trata de catorce textos, escrito por catorce escritoras y escritores, en torno precisamente a las bibliotecas personales, ese acto que “dialécticamente oscila entre los polos del orden y el desorden”, como escribe Walter Benjamin en el clásico Desembalo mi biblioteca (aunque mi frase favorita de ese ensayo es otra: “De todos los modos de procurarse libros, el más glorioso es escribirlos uno mismo”).
Pues, de esos catorce artículos reparo en dos, el de Luis Chitarroni (“Los libros que viven con uno”) y el de Martín Kohan (“Separación”). Me interesaron porque no solo no caen en ninguno de los lugares comunes habituales cuando se habla de bibliotecas personales, libros, recuerdos en torno a los libros, etc., sino que, al contrario, llevan la reflexión sobre la biblioteca hacia zonas de conflictos. Uno, Chitarroni, hacia el fastidio –cuando no la tragedia– de tener que mudar una biblioteca inmensa. Otro, Kohan, como ya indica desde el título, cuando la biblioteca queda atrapada en una separación. Es en esos momentos en que la biblioteca, cuyos libros eran, como los llama Chitarroni, “viejos amigos”, de pronto, ante esa situación de tensión, se convierten en “desconocidos”. Una biblioteca puede ser muchas cosas, también un ancla. O un cementerio de vivos, como llamaba Lima Barreto al Hospital Nacional de Alienados de Río de Janeiro, donde estuvo internado entre 1919 y 1920.
Martín Kohan, en el relato de la separación (de su pareja y su biblioteca) señala que “en el refugio angosto de cuarenta metros cuadrados no había lugar para mi biblioteca”, situación por la que pasamos todos alguna vez (y el que no pasó por eso… ¡No sabe lo que se pierde!), hasta llegar a sentirse como “Auerbach en Estambul, amputado de biblioteca, citando siempre de memoria”. A riesgo de espoilear (¿se dice así?) el final del texto, permítanme decir que tiene un desenlace feliz, como el reencuentro de dos viejos amantes en esas películas románticas que pasan en el cable los sábados a la tarde. No obstante, esa situación, la del alejamiento temporal de la biblioteca, le genera a Kohan recordarla “con algo de nostalgia también”, frase impecable, sin dudas. Hay también otro artículo que me gustó mucho. Pero me quedé sin espacio: tengo toda la vida por delante para comentarlo.