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econOMISTA DE LA SEMANA

Que no te pase

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La economía es una ciencia social, lo cual implica estudiar el comportamiento humano en un medio concreto. Muchas veces solemos abordar temáticas sociales que a simple vista parecen inconexas del estudio económico, pero que si miramos con un poco más de detenimiento podemos observar que están vinculadas a esta disciplina.

El martes hubo una gran manifestación en el Congreso de la Nación con la consigna #QueNoTePase, que también tuvo una repercusión pocas veces vista. El hecho de recordar que cientos de compatriotas murieron por causas evitables, a manos de la delincuencia común o como consecuencia directa de la corrupción institucionalizada, genera una mezcla de angustia y bronca. Y esa mezcla terminó por dibujar el perfil de dicha convocatoria.

La vinculación con la economía tiene múltiples aristas, y una primera aproximación la hizo Gary Becker, Premio Nobel de Economía por sus estudios sobre el comportamiento humano, entre ellos el crimen. Siguiendo a Becker, el comportamiento de un criminal no es propio de una persona con problemas particulares ni necesariamente oprimida por el sistema; por el contrario, es una actitud optimizadora, completamente racional siempre y cuando el medio se lo permita, y con medio me refiero no sólo a la geografía sino también a las asociaciones y las instituciones que forman parte de la decisión de quien viola la ley.

En economía, la mejor forma de entender el comportamiento es a través de la comprensión de los incentivos que llevan a realizar determinadas acciones. Dentro de estos incentivos es completamente racional que una persona que ve que como no hay penas concretas en caso de ser capturado se sienta tentada de cometer un delito.

El problema es que si bien en ese sentido se solucionaría con penas efectivas más severas, no es el caso para lo que sucede en nuestro país. Aquí se mezclan elementos sociológicos importantes; si desde mi percepción, que está atravesada por las situaciones vividas cada día, no logro ver cómo gente que roba a diferentes escalas no recibe castigo, ¿por qué voy a salir del robo? El resultado es un equilibrio (malo) de Nash, donde la sociedad se estanca en una situación de violencia que crece al calor de la corrupción y el desinterés de sectores de la clase política que resulta partícipe necesaria de este esquema toda vez que por acción u omisión alimenta esta relación inversa entre crimen y percepción del cumplimiento efectivo de la pena.

Esto nos dirige al pensamiento de otro Premio Nobel, Douglas North, quien enfatizó en el rol de las instituciones entendidas como las reglas del juego por las cuales se rige un sistema. Estas, señalaba North, forman parte de una construcción social y, una vez aceptadas, es muy difícil cambiarlas. Es por eso que la discusión política de mediano plazo debe tomarse el tiempo para pensar si es correcto pelear un punto más o un punto menos de déficit fiscal y en su lugar buscar una mirada superadora, algo que resulte realmente relevante para la prosperidad sostenida de nuestra sociedad. Un sistema de reglas que no desincentive el trabajo y el esfuerzo promoviendo otras formas de obtener riquezas que no se originen en intercambios desiguales.

Estos intercambios desiguales comienzan con la exacción por parte del Estado al cobrar impuestos altísimos que no se condicen con los bienes públicos que ofrece. Es decir, la percepción colectiva es que pagamos impuestos caros y no nos dan lo suficiente a cambio; supone el primer robo de todos.

Esto se complementa con una evasión fenomenal cuyo círculo se cierra cada cierta cantidad de años, en blanqueos y moratorias que terminan por premiar a evasores, quienes no son otra cosa que delincuentes formados a la luz de impuestos altos, servicios malos, y la sensación que subyace a todos es el sentido de que el costo de ser “agarrado” es más bajo que el beneficio de evadir.

En pos de buscar soluciones de largo plazo, todos los actores políticos y sociales deben pensar sobre el aporte que pueden realizar y la comunicación pública no está exenta de ello. Muchas veces, en la carencia de perspectiva y alimentado por la angustia que generan los hechos de violencia cotidiana, el mensaje que llega fomenta posiciones que únicamente contribuyen a galvanizar prejuicios que la mayoría de las veces son infundados.

Giovanni Sartori resaltó en su libro Homo videns cómo se puede con un simple par de tijeras sesgar el pensamiento del público, ya que el colectivo imaginario se aleja de los verdaderos problemas. De esta forma, es sencillo y verosímil mostrar al pibe chorro que en su afán de robar un par de zapatillas mata o hiere a su víctima, donde toda la culpa cae sobre él y la opinión pública no hace otra cosa que machacar sobre una conducta sin lugar a dudas deleznable. Se evita así analizar los problemas de mayor profundidad. Es decir, si profundizamos el modo en que hemos procesado estos conflictos en los últimos treinta años, sólo veremos cómo se profundiza el resultado que hemos obtenido.

Esto supone terminar con la puerta giratoria y la complicidad entre aquellos jueces, policías y políticos corruptos que convalidan un esquema de funcionamiento que sólo incentiva al delito. Pero también buscar un modelo de sociedad más inclusivo que achique las desigualdades hacia dentro del sistema ya que son, según el consenso general, la mayor fuente de violencia que existe. En suma, la violencia no tiene otros padres que la desigualdad profunda de países como el nuestro, que pudiendo alimentar a medio continente no se las arregla para darles de comer a 44 millones de argentinos.

Es tiempo de que empecemos a entender que la falsa grieta vertical entre las ideas de los viejos y los nuevos habitantes del poder desdibuja la verdadera grieta horizontal entre los que quedaron dentro y fuera del sistema. Los incluidos nos horrorizamos con razón cuando vemos cómo los que terminaron mirando con la ñata contra el vidrio irrumpen en nuestra vida cotidiana, sin darnos cuenta unos y otros de que, al fin de cuentas, somos marionetas de los verdaderos delincuentes de la Argentina, que caminan libremente y hasta se dan el lujo de darnos lecciones de cómo debería ser la realidad que ellos mismos han contribuido a crear.