Días de estrés previos a las elecciones con resultado casi cantado. Situación extraña porque ya había descontado la victoria de A. Fernández y ahora el mismo evento recrudece las ansias por dolarizar toda posición.
Sucede que el ritmo al cual vienen cayendo las reservas internacionales netas es insostenible: de los US$ 11.200 millones que había a mediados de octubre a la posibilidad de terminar con reservas netas igual a cero en menos de dos meses. El Tesoro tiene que pagar casi US$ 4 mil millones de deuda de aquí a fin de año y la demanda por dolarización se mantuvo elevada incluso poscontroles cambiarios.
Hay que hacer algo con el mercado de cambios, y rápido. Las tres alternativas son: profundizar el control de cambios, desdoblamiento cambiario o dejar al dólar libre.
El control de cambios más profundo tiene una ventaja: el argentino y la empresa promedio están acostumbrados al cepo luego de la experiencia 2011-2015. Sin embargo, es muy discrecional a la hora de autorizar o no el acceso al dólar oficial.
El desdoblamiento cambiario sería una manera de evitar esa discrecionalidad, se institucionaliza quién puede comprar dólares para el comercio y quién para operaciones financieras. En la experiencia de los 70 de Argentina, este sistema no dio resultados.
Al no tener un mercado fluido en el dólar financiero era constante la intervención para que el dólar comercial y el financiero no se alejaran. Al final se termina enviando parte de las exportaciones al financiero y ahí se desfigura el régimen.
La tercera es la más peligrosa de todas; dejar correr el tipo de cambio sería deseable para sanear la macroeconomía, pero las consecuencias inflacionarias y sociales serían fuertes. Difícil costo para asumir políticamente en un cambio de gobierno con la esperanza de los votantes de que la economía cambie el rumbo.
Aquí es donde entran en juego algunos factores que podrían colaborar para que la dolarización y las expectativas se moderen. Los gestos serán importantes. No creemos que haya sido positivo que se corte el diálogo entre el presidente actual y A. Fernández. Tampoco es ideal el historial del peronismo en lo que refiere a la economía si es juzgado por la última expresión en el segundo mandato de Cristina Fernández.
Los nombres pueden ayudar. Es decir, tomar reputación prestada de algún ex funcionario con jerarquía y experiencia en situaciones de crisis podría tranquilizar al público. Esa reputación igual se gasta muy rápido. Más que nombres sería bueno ver un plan integral coherente luego de las promesas de campaña que todos sabemos que no resisten análisis de consistencia interna.
Caso contrario, estamos ante el riesgo de tener una herencia muy pesada y un gobierno que subestima el problema pensando que con la sola llegada al poder se solucionan los problemas, un déjà vu de 2015.
En nuestra opinión, en el corto plazo se optará por profundizar primero el control de cambios para derivar en un desdoblamiento cambiario. esto podría ayudar a transitar unos dos años de gestión sin que la economía siga contrayéndose; una vez que “encienda” la demanda habrá que ver cómo desanudar estas presiones, las cuales quizás sean menores en un panorama con mejores perspectivas que las actuales.