Es verano en mayo. No me contradigas, Etelvina: estamos en mayo y morimos de calor. Bueno, está bien, en una de ésas el clima cambia ya que è mobile qual piuma al vento, y cuando esto llegue a la letra impresa estamos tiritando y buscando de-sesperadamente los guantes forrados en piel en el tercer cajón de la cómoda. No importa: yo, que odio el frío, los árboles pelados, los días cortos y oscuros, he tenido mi recreo estacional. Ha hecho calor en mayo. Cuando yo era niña, ayer nomás, no sé si te acordás, Etelvina, en esta época del año nuestras compañeras de colegio ya tenían sabañones en los dedos y en las orejas. Nuestras madres nos ponían sobretodos y guantes y partíamos duritas de ropa hacia el colegio. Y en las aulas no había calefacción y las profesoras decían “abran las ventanas, señoritas, así entra el aire puro”. No me hagás acordar que todavía sufro. Sí, ya sé lo que significa que haga calor en mayo. Mis peores momentos de pesimismo son ésos en los cuales nos imagino como pobres restos de un linaje alguna vez orgulloso, tratando de encontrar refugio contra un sol quemante. Y me imagino a ese sol derritiendo hielos, rocas, montañas, gente, vegetación, animales. Y a nosotros, desdichados animalitos sin esperanza, olvidados de Shakespeare, de Cervantes, de Beethoven, sin saber siquiera si alguna vez existieron Einstein y Picasso, tratando simplemente de sobrevivir al calor que nos quema las entrañas. No me vengás con eso, Etelvina, no soy tremendista ni derrotista. Me da el terror pánico, me da. ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Haremos sacrificios humanos para aplacar al Sol? ¿Nos reuniremos en el fondo de las cuevas, allí donde quede un poco de agua? ¿Alguien recordará que alguna vez fuimos felices porque era verano en mayo?