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Quedarse con lo ajeno

Si robar es quedarse con lo ajeno, ¿a quién pretendieron robar los cacos el cartel de Auschwitz, que la policía polaca acaba de encontrar desguazado en tres para el envío?

Rafaelspregelburd150
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Si robar es quedarse con lo ajeno, ¿a quién pretendieron robar los cacos el cartel de Auschwitz, que la policía polaca acaba de encontrar desguazado en tres para el envío? ¿Vale la pena restaurarlo? ¿Se trata de una preciosa obra de arte? ¿Es patrimonio?

Ni Adorno ni Benjamin vienen a mi ayuda.

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Este pedazo de hierro forjado en el que se lee “Arbeit macht frei” (“El trabajo os hará libres”) y que cuelga en la entrada del campo de exterminio más emblemático del nazismo ha querido convertirse –con el tiempo y la sombría imaginación de los turistas de Auschwitz– en la mejor ironía de Hitler y sus secuaces, diseñadores tan tenaces y cultores tan consecuentes de la muerte que siguen despertando fanatismos. Los chorros parecen haber descubierto lo evidente: que el cartel tiene un valor como producto (único e irrepetible) que supera cualquier ñoña teoría de la representación. ¿Sería un potencial coleccionista comprador tan psicópata o tan pro-nazi como pretende el sentido común? Después de todo, la pieza robada se convierte para siempre y para todos en objeto dilecto de la contemplación, artefacto y gestor de la inacabable curiosidad del ojo.

La historia verdadera del robo resultó no ser la mejor de las historias posibles, todas barajadas esta semana. ¿O sí? ¿No es ésta la historia de un robo que, como cruel fábrica postmarxista, transforma en objeto de deseo, en mercancía pura, lo que antes era paisaje, cartel, hierro oxidado? Tal vez ya nació como lo que es ahora: tótem, antena, capaz de conjugar, simbolizar un tema tan ajeno a la comprensión humana que no cabe en las palabras, pero sí en un pedazo de hierro forjado, retorcido, y –ahora– rubricado por el acto final del deseo consumista: el robo. Un objeto ya jodidamente eterno.