Primero lo básico. Un estudio minucioso del lenguaje no-verbal es vital para detectar índices de mendacidad en un corte transversal (es decir, en el momento en que se emiten). La coherencia de un sujeto entre lo que dice y cómo lo expresa brinda una información valiosísima para evaluar el grado de veracidad de su palabra. Ese sería un primer filtro.
Pero muchísimo más fácil –para quién prefiera no leer tantos libros acerca del comportamiento humano y contrastarlos con la práctica— es la siguiente consigna: “No te fijes tanto en lo que te dicen las personas, fíjate en lo que hacen”. Esa frase me repetía incansablemente mi sabia tía Mari. De tan obvia que es la sentencia, se nos hace difícil recordar, y hasta termina siendo fácil de olvidar. Pero muchos problemas hubiéramos resuelto y, otros tantos evitado, con sólo tener presente esa premisa.
Las personas demuestran la consistencia de lo dicho a través de su capacidad o incapacidad de plasmarlo en la realidad, de reflejarlo en hechos concretos.
Ahora bien, hay veces que no es tan simple. Puede darse el caso de que una persona decida llevar a cabo acciones con el objetivo de fingir o de ocultar otras que está haciendo; o que diga que va a realizar algo –y haga cosas para que “parezca” que las hace—, cuando en realidad no le importa o ni siquiera piensa en hacerlas. Ahí se nos complica más…
Bueno, para esos casos hay un tercer filtro que permite develar la esencia de los actos: cuando por alguna razón u otra se termina el verdadero interés por el cual algo se hace.
Un caso evidente y clásico de esto lo advertimos cuando una relación de pareja llega a su fin. A partir de la disolución del vínculo, se corre el velo de lo que siempre estuvo encubriendo la naturaleza de los actos. El comportamiento que adopte cada uno será lo que de algún modo siempre estuvo, pero se mantenía oculto. Con facilidad se pone en evidencia si se trataba de un amor genuino, o de una posesión enceguecida, o de una negociación egoísta.
Lo mismo cuando llegan las fiestas, se termina la inercia del año, ceden los automatismos anestesiantes y emergen sentimientos reveladores.
A modo en extremo ilustrativo de todo esto, recordemos la escena final de la película Titanic: cuando ya es inocultable que el barco se está hundiendo, las personas develan con espontaneidad sus verdaderos caracteres. Se sabe a las claras quién es quién. Los amantes de la música siguen tocando; los enamorados corren a proteger a sus parejas; los altruistas se empecinan en salvar la mayor cantidad de personas posible; y los menos iluminados desprecian y rechazan todo lo que no les sirva para salvarse ellos mismos.
Lo mismo ocurre cuando el interés de determinados discursos o acciones se hacen no con el fin de ayudar a otros sino por el mero hecho de perpetuarse en el poder. Cuando el poder se termina se corre el velo. Creo haber escrito poco y demasiado; en ustedes está buscar la coherencia de esto con la realidad.
(*) La foto es producto de lo que súbitamente me encontré caminando por la calle el día de la asunción del presidente (2015).