Uno de los elementos de las elecciones de 2015 será, sin duda, la crisis del progresismo no peronista. El experimento del FAU fracasó: los radicales estaban lejos de querer forzar, en la campaña, un progresismo que no tuvieron todo este tiempo. Eso lo dejó en claro Ernesto Sanz quien, para justificar la alianza con el macrismo, dijo que era la extensión de una confluencia que ya existía en el Congreso, donde casi siempre votan juntos.
Y es verdad, por eso la posición de su rival Julio Cobos se reveló a todas luces incoherente: el progresismo del ex vicepresidente consistía en ampliar la alianza a más actores, como Sergio Massa, para “diluir” al PRO. Entretanto, para volver a los valores puros del radicalismo, Leopoldo Moreau y los irrompibles se hicieron protokirchneristas.
En ese marco, las discusiones sobre qué pensarán los votantes progresistas del radicalismo parecen bastante inconducentes: el votante radical socialdemócrata parece haberse evaporado hace rato si es que alguna vez existió. Paradojas de la historia política argentina, hoy es el kirchnerismo quien se encarga, con un revisionismo histórico propio del Instituto Dorrego, de convertir a Raúl Alfonsín en un precursor de su propia gesta. Si Perón hablaba de San Martín como libertador político y él se proponía como libertador económico (segunda independencia), el kirchnerismo vendría a ser el momento de la extensión de la democracia política alfonsinista a todos los espacios relevantes de la sociedad y el Estado (medios, Justicia, economía). Y para ello es necesario reponer al Alfonsín confrontativo del “A vos no te va tan mal gordito”. Mientras, los radicales podrían apelar al Alfonsín realpolitik(ero) del pacto de Olivos si ese pacto no estuviera tan asociado a un momento tan olvidable de la historia reciente.
Así, una gran parte del progresismo votará al (pos)kirchnerismo. Algunos se dejarán seducir por el clivaje populismo/república que criticaba Beatriz Sarlo en este mismo diario y unos pocos –más fieles a la ideología– votarán por Margarita Stolbizer. Pero nada es lineal: en Capital, el espacio de centroizquierda va aliado a Martín Lousteau y a Carrió, que le puso a Fernando Sánchez como vice. Ella, a su vez, va con Macri en las nacionales. Libres del Sur, que rechazó “por izquierda” la alianza con el PRO, en Salta va aliado al peronista Juan Manuel Urtubey, y así... El politólogo sueco al que le habla imaginariamente Mario Wainfeld desde Página/12 ya debe estar bastante mareado.
A eso se suma que la alianza PRO-UCR-Carrió (que no quiere usar ese nombre) está lejos de ser la Unión Democrática que dice el Gobierno. El PRO tiene su pata peronista en la Ciudad y su pata peronista nacional, a la que sin duda buscarán ampliar. Estrictamente, el peronismo está en los tres frentes. Y el “progresista” Frente para la Victoria tiene entre sus integrantes (no marginales) a patrones de estancia como la señora Rojkés, que en sus exabruptos –con disculpas posteriores o sin ellas– revela psicoanalíticamente su verdadera visión sobre los pobres: si son respetuosos de los de arriba, merecen ayuda; si se insolentan, como se decía antes, merecen ser tratados como lo que son: animales, vagos, desagradecidos, etc. Peronismo provincial explícito.
En este marco, Stolbizer buscará hacerse un lugar bajo el sol entre los tres ya instalados. Por el momento, aunque tiene visiones progresistas de la política, se diferencia poco en el discurso público del resto de la oposición. Posiblemente, para ganar a quienes no quisieron “ir con la derecha” deba hacerlo más.
Así, el progresismo argentino (ese nombre incómodo, muchas veces asociado a visiones ingenuas de la política) fue deglutido en parte por el kirchnerismo –y ahora por el peronismo tout court–, y en parte por un republicanismo liberal sin las potencialidades radicales del liberalismo democrático y muy permeable a los intereses de los poderosos.
*Jefe de redacción de Nueva Sociedad.