Cada semana se agrega un nuevo ejemplo de racionalidad dicotómica donde, frente a los mismos hechos, se generan dos lecturas diametralmente opuestas que sólo comparten la emocionalidad que las impulsa a su error. Lo mismo es visto al revés y siempre coincidiendo con los deseos. Cualquier tema sirve para tomar partido, ya no Chevron y Milani sino hasta el Metrobús de la avenida 9 de Julio y el “hagan lío” del Papa (por si prescribió lío militante o manifestaciones anticorrupción).
En este contexto, fue un bálsamo de aire fresco ver a Horacio Verbitsky contradecir al Gobierno con el que se identifica e impedir el ascenso de Milani a teniente general, aportando al presidente de la Comisión de Acuerdos del Senado, junto a una carta, el contundente falso sumario por deserción que firmó Milani en 1976 cuando era subteniente, encubriendo la desaparición del conscripto Agapito Alberto Ledo.
Hasta la aparición de ese documento, la mayoría de los medios se encolumnaba dentro de la racionalidad dicotómica que inoculó el kirchnerismo en el pensamiento argentino de la última década. Los medios oficialistas, incluso el diario Página/12, donde Verbitsky es el principal columnista, defendían a Milani de lo que para la Presidenta fue un “linchamiento mediático” de la “Corpo”.
La subjetividad es un rasgo humano inmanente; en la clásica película de culto Rashomon, el genio de Kurosawa la describe apelando al testimonio que dan en una comisaría un sacerdote, un leñador y un peregrino sobre la violación de una mujer y el asesinato de un hombre. La víctima y cada uno de ellos vieron una realidad diferente.
Pero la subjetividad, al ser multifacética, nada tiene que ver con el binarismo, habitualmente producto del fanatismo, el cinismo o el mercenarismo.
Por el contrario, que la representación comunicacional sea siempre parcial –que lo que se dice sobre algo siempre sea una parte de ese algo y no haya forma de representarlo completamente– es lo que enriquece el debate y hace progresar a las sociedades. La democracia es la forma de resolver positivamente ese desacople, canalizando el disenso interpretativo, entre otros, de forma no opositiva. Al revés, la dicotomía es ver sólo una parte y creer que es la única verdadera.
Es natural que haya distintas perspectivas pero hay límites. Cuando los intereses entran en conflicto con la profesión, es fundamental definir cuál es la profesión que tenemos los periodistas. Lo que hizo Verbitsky es una enseñanza para quienes entienden el periodismo militante como propaganda.
Propaganda no quiere decir publicidad comercial, aunque a veces se las utilice como sinónimos. La Iglesia hace propaganda de sus valores, los partidos políticos hacen propaganda de sus ideologías.
Quizás fuera aplicable para las disidencias que Verbitsky ha tenido con el kirchnerismo aquella proposición de que nadie puede trabajar sin conflicto en un grupo que tenga una ética inferior a su ética personal.
Verbitsky es un periodista comprometido con una ideología y a quien le cabría la buena acepción de lo que sería un periodista militante, pero es cierto que suele tener una relación con los hechos verdaderos más típica de un periodista profesional: las opiniones son libres, los hechos son sagrados. Y si son relevantes (quizá muy relevantes en su caso), su difusión no debe estar condicionada a que sean o no funcionales a los intereses que se defienda.
Esta lógica no es la que se aplica en los medios que el kirchnerismo engendró, y las causas pueden ser también múltiples: vergüenza de la que los cínicos carecen, prestigio previo a la llegada del kirchnerismo que los medios nuevos o los periodistas con menos trayectoria no detentan ni precisan conservar, autoridad personal que permite correrse de la manada, aspiración de congruencia con el pasado y de trascendencia del presente.
Se podría decir que Verbitsky no hace concesiones ilimitadas, que a los 71 años, y con una barba que renueva su look, apuesta al futuro.
Otra forma de promover racionalidad dicotómica se genera en la confusión de la audiencia, no ya entre el periodismo profesional y el actualmente llamado periodismo militante, sino entre el periodismo y la ficcionalización audiovisual de la que 678 fue precursora, utilizando técnicas de la televisión comercial aplicadas con la impunidad que da la cobertura del aparato estatal, y que tan efectiva y creativamente ha reelaborado el talento de Lanata en Periodismo para todos.
La producción social de sentido también se construye con ficción y con mitos que (aunque no lo sean) tienen efecto de verdad, porque en función de esa fijación de creencias se modifican los comportamientos de las personas. Pero no hay que confundir los mecanismos comunicativos y diferenciar correctamente el discurso informativo del político. Tanta racionalidad dicotómica quizá termine ayudando a la audiencia a distinguir cada vez mejor entre uno y otro.