Ahora es una versión “adulto mayor” de Rod Stewart: una mata de pelo blanco sobre la frente y el traje color azul espiritual, la camisa pálida y la corbata con motivos redundantes; en julio de 2008 parecía Charles Manson en la famosa fotografía “Mirándose a sí mismo”: la barba categórica, el pelo recogido en un rodete sobre la coronilla, vestido de negro y con un sombrero panamá entre sus dedos.
Ahora ha asumido su propia defensa en el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY), donde afronta once cargos por crímenes de guerra, contra la humanidad y genocidio debido a su implicación en el asedio durante cuatro años de Sarajevo, que dejó 10 mil civiles muertos, y en la masacre de Srebrenica, que causó la muerte de más de 7 mil musulmanes bosnios; en abril de 1992 se puso al frente de la fuerza militar serbia de Bosnia, inició una ofensiva contra objetivos croatas y musulmanes y postuló el fundamentalismo y la limpieza étnicos, bajo el lema “Las fronteras culturales están dibujadas con sangre”.
El ex líder serbobosnio Radovan Karadzik ha vuelto a ser Radovan Karadzik, nacido en Petnjica, Yugoslavia, el licenciado en Psiquiatría que en agosto de 1993 obtuvo el premio literario más prestigioso de Montenegro (Risto Ratkovic) por El invitado eslavo, un libro de poemas, el presidente de la República Srpska entre 1992 y 1996 que acuñó la frase “Los serbios pueden vivir sin pan pero no sin Estado”. Durante muchos años, desde 1995 hasta el 18 de julio de 2008, estuvo prófugo, y cuando fue detenido se llamaba Dragan David Dabi y ejercía la medicina alternativa en una clínica de las afueras de Belgrado llamada Cuantum de Energía Humana.
Tras su captura, fue trasladado a la prisión del TPIY, ubicada en Scheveningen, a un par de kilómetros de la Corte en La Haya, alguna vez una prisión alemana de trabajo empleada para encerrar a los miembros de la resistencia contra el régimen nazi. En cuatro pisos con doce celdas de 15 metros cuadrados cada una, patrullados por guardias de Naciones Unidas, conviven 37 detenidos por la Guerra de los Balcanes, entre los cuales sólo hay una mujer, la ex presidenta serbobosnia Biljana Plavsic. Cuando el 25 de mayo de 1993, en cumplimiento de la Resolución 827 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, se creó el “Tribunal internacional para el enjuiciamiento de los presuntos responsables de las violaciones graves del derecho humanitario internacional cometidas en el territorio de la ex Yugoslavia desde 1991” (nombre oficial del TPIY), su presupuesto era de 276 mil dólares; en 2003 ascendió a 223,2 millones de dólares.
Schveningen, donde estuvo alojado hasta su muerte el ex presidente yugoslavo Slobodan Milosevic, es apodada con sorna el hotel “La Haya-Hilton”, debido a que sus celdas se parecen más a una residencia universitaria que a una cárcel. Además de ordenador (sin conexión con Internet excepto para Karadzik, que se representa a sí mismo en el juicio), las unidades tienen ducha, W.C., cafetera, biblioteca individual, radio y televisión satelital. A pesar de que serbios, croatas y musulmanes se destriparon antaño por ser lo que son, ahora conviven armoniosamente y comparten el gimnasio, la biblioteca general, el patio externo y el shopping penitenciario. Para las plegarias existe un espacio religioso. Está permitido llamar por teléfono al exterior (a familiares por siete minutos diarios), mantener visitas de contacto, pintar, ejecutar piano y guitarra y cocinarse. Del cuerpo y del alma se ocupan médicos, psiquiatras y masajistas. El tiempo innecesario de detención sin juicio y sin condena fue una de las principales preocupaciones de la ex fiscal en jefe del Tribunal, la suiza Carla del Ponte, hoy embajadora de su país en la República Argentina.
El proceso de Radovan Karadzik comenzó el 26 de octubre de 2009. El acusado renunció al derecho a un abogado y exigió más tiempo para preparar su propia causa, en razón de lo cual el juicio se suspendió para reanudarse el 1° de marzo de 2010. Karadzik, quien no tiene apuro por abreviar los tiempos que acongojaban a Del Ponte, argumenta que es inocente de los cargos que se le imputan: “Nuestra nación y su causa eran justas y santas”, dijo. Sin negar explícitamente los hechos, culpó a la guerra en sí misma, a una “conspiración” de la que la prensa tomó parte y también a los bosnios musulmanes.
El martes 13 de abril, y tras un retraso de seis semanas, la fiscalía llamó a su primer testigo, Ahmet Zulic, que habló sobre su detención en el campamento de prisioneros de Manjaca y de las muertes producidas en el noroeste de Bosnia, en la zona de la localidad en la que nació, Sanski Most, además del bombardeo al mercado de Markale, en Sarajevo. Zulic inauguró sus detenciones en junio de 1992, dentro de un garaje de cemento, donde le fracturaron a golpes vértebras y costillas. El traslado al campamento transitorio se hacía en un camión cerrado, con el aire lleno de humo del caño de escape.
La inexperiencia judicial de Karadzik lo hizo tropezar en el careo con testigos, instancia que el acusado optó por utilizar para seguir con su discurso de justificación de la ofensiva serbia como defensa ante “un complot musulmán destinado a convertir Bosnia en una república islámica”. El jueves 16 de abril, el bosnio Sulejman Crncalo –cuya mujer murió en el ataque a Sarajevo– le lanzó: “¿Por qué me pregunta sobre asuntos que no tienen nada que ver conmigo?”. El juez O-Gon Kwon y el fiscal Alan Tieger reprendieron al acusado por no ceñirse a las reglas.
El 31 de marzo pasado el Parlamento de Serbia aprobó una resolución histórica en la que ofreció una disculpa por la masacre de Srebrenica de 1995. La coalición oficialista, pro occidental, logró aprobar la resolución con una mayoría de 127 diputados sobre 250, de los cuales sólo 173 estuvieron presentes. El gobernante Partido Democrático desea sumarse a la Unión Europea. La legisladora oficialista Nada Kolundžija sostuvo que la condena “le quitará la carga a las generaciones futuras”. Velimir Ilic, diputado de una oposición que describe el texto como “humillante” para Serbia, se pregunta por qué poner una marca indeleble sobre las generaciones venideras.
Mientras lo mejor de la condición humana trata de imponer en La Haya su visión de los excesos terrenales, los motivos de esos excesos no cierran y sangran todavía.