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Razones del tercer candidato

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EN CARRERA. Evan McMullin disputa la presidencia a Hillary Clinton y a Trump. | CEDOC.
La irrupción del ex agente de inteligencia Evan McMullin en la campaña presidencial de Estados Unidos, como un “tercer candidato” contra la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald J. Trump, forma parte de la tradición electoral norteamericana pero no es la única razón que justifica esta agitada coyuntura de la superpotencia.

La lista de los terceros candidatos que dejaron huella es larga y se remonta a Theodore Roosevelt en 1912 (con 27,4%, el que más lejos llegó). El sistema político siempre convivió con esos intentos, que influyeron como en 1992 y 1996 –cuando el millonario Ross Perot dividió el voto republicano a favor de Bill Clinton– pero sin poner al bipartidismo contra las cuerdas.

El propio McCullin es uno más de otros “terceros candidatos”. Por derecha, el libertario Gary Johnson se convirtió este año, como en 2012, en la esperanza de republicanos obsesionados con proteger el ideario más liberal del partido. Por izquierda, la ecologista Jill Stein es la alternativa de los progresistas que consideraron tibia la resistencia que el socialista Bernie Sanders le opuso a Clinton en las primarias demócratas.

Sin embargo, hoy aparecen nuevos condimentos de ese viejo desafío al bipartidismo. Para empezar, la de noviembre será una elección en la que los dos principales candidatos son muy resistidos incluso en sus partidos.

La crisis financiera de 2008, la incapacidad del establishment de Washington de anticiparla y su posterior decisión de rescatar a los grandes bancos sumieron a la clase política en un inusual desprestigio.

El primer intento presidencial de Hillary fue víctima de ese descontento, que prefirió a un senador más joven, que encantaba con sus discursos de renovación política: Barack Obama. Hillary es considerada ahora un mal menor frente a Trump, pero arrastra una altísima imagen negativa (56%).

Los resultados de Obama en estos últimos ocho años fueron mejores que los obtenidos por el “austericidio” que ensayó la Unión Europea, pero muy insuficientes para revertir el impacto que provocó la crisis.

Así que, más que nuevos candidatos, la más evidente respuesta política a la masiva pérdida de empleo, la caída del salario real y sus consecuencias sociales ha sido el creciente rechazo a la clase política tradicional.

Entre los demócratas, Sanders fue un vehículo progresista del malestar, pero ese sentimiento “antiestablishment” arrasó entre los republicanos: Trump y su rival, Ted Cruz, compitieron con sus promesas de borrar la vieja burocracia de Washington, incluida Hillary.

Entre los republicanos, sin embargo, se esconde una razón adicional para que surja un tercer candidato como McMullin. Es la gran crisis interna que vive el partido, que lo fracturó y lo tiene al borde de la implosión.

Trump no sólo es el emergente de franjas blancas medias y bajas económicamente muy golpeadas y resentidas por el avance de las minorías (latina y otras). Encontraron un salvador, pero no cualquiera.

El Partido Republicano culmina en Trump una radicalización que inició en los 60, con el ultraconservador Barry Goldwater, que después originó el Tea Party y que desde 2009 sólo pensó en oponerse a Obama.

Los republicanos relegaron el valor de su ideario conservador para hacer del bloqueo del Congreso su plataforma política. Cuando el estilo enterró las ideas y las formas se impusieron al fondo, Trump les ganó a todos.

Esta misma semana, una organización republicana (GOP Accountability Project) llamó a forzar el retiro de Trump y dejar la candidatura en manos de su vice, el ultraconservador gobernador de Indiana, Mike Pence.

El de McMullin es un intento más de sectores republicanos tradicionales que resisten a Trump, como lo hicieron los ex presidentes Bush padre e hijo. Hasta noviembre, veremos más.



*Presidente de la Fundación Embajada Abierta. Ex embajador ante la ONU, Estados Unidos y Portugal.