La relación entre empresarios y políticos data de cuándo unos y otros descubrieron la naturaleza de su relación: conveniente, necesaria y hasta a veces inevitable. El actual gobierno nunca cimentó una relación fluida con el capital, más allá de la negociación de intercambio pura y dura, a través de las licitaciones, contrataciones directas o fideicomisos. Al Presidente no le sienta bien el protocolo empresarial y así lo hizo saber expresa o tácitamente a la comunidad de negocios. Desplantes, tardanzas, discusiones, en campo propio o neutral; en una tensa búsqueda del equilibrio entre la necesidad y la ideología.
Sin pisar el palito del gusto personal, se decodificaron rápidamente tales actitudes: ansiedad por ganar y luego conservar poder antes que un prurito antiempresarial. Muchos ejecutivos, acostumbrados a prestarse sumisamente al juego del toma y daca y reconocer el mando natural, rápidamente se disciplinaron. Pero la vía es también inversa: cada llamado de un despacho oficial, si no es para un “reto” como los que acostumbró Guillermo Moreno durante su turbulenta gestión, es un pedido de colaboración en alguna cruzada oficialista. Desde comprar la parte de YPF que Repsol quiere vender, y el Gobierno mostrar que queda en casa, hasta aclarar que la inflación no es más que una ilusión monetaria. O, en esta semana, ofrecer acuerdos de precios tan estruendosos como insostenibles en el mediano plazo.
La pretendida rebaja a la que supermercadistas acordaron con la administración K y sus proveedores fue una buena muestra del aceleramiento de los tiempos electorales. Tanta urgencia, que hasta el viernes no estaba en claro la correspondencia del número mágico (5 o 7%, según el caso) y los listados que las empresas envían regularmente a la Secretaría de Comercio. Normalmente, ante una actitud tan desinteresada, acomodan artículos y tamaños como para no entregar su vaca lechera gratuitamente. Pero la cuestión era mostrar, tres semanas antes de las elecciones presidenciales, que la inflación, esa que no existe, está dominada por la iniciativa oficial y el patriotismo empresarial. Desviar la atención eligiendo como blanco el tomate, el pan o la papa equivale a aceptar que las verdaderas causas que alimentan el proceso inflacionario no se podrán corregir en el corto plazo.
La presencia de la senadora Fernández de Kirchner, haciendo gala de amabilidad y prestándose a contestar preguntas más o menos espontáneas de los presentes, también tiene que ser inscripta en un intento por diferenciarse de la imprevisibilidad de su marido en ese terreno. Como cuando advierte a los banqueros que bajen las tasas, un voluntarismo para la tribuna que también desnuda la impotencia el tener las variables monetarias bajo control.
Esa relación tan peculiar, donde el miedo y el poder se pasean de la mano, puede llegar a explicar por qué en los últimos años haya habido tantas y tan grandes empresas que se hayan desnacionalizado.
Loma Negra, Perez Companc, Quilmes y ahora Alpargatas van dibujando una curiosa paradoja: mientras se habla de burguesía nacional y se entablan relaciones muy cercanas con algunos grupos locales, otros menos habituados a tanta vuelta de tuerca en las consignas de trabajo prefieren vender y dedicarse a otra cosa.
Pero si hay alguien que sale del negocio, hay otro que entra. En todos los casos, los compradores fueron grupos regionales, habituados a la inestabilidad del subcontinente, pero que tiene las espaldas protegidas por su propio gobierno. El empresario paulista, por ejemplo, no es visto como un enemigo del poder político sino como un aliado insustituible de los funcionarios.
Curioso mundo el que se asoma a los comicios. Economistas que ahora quieren ser políticos (Lavagna, López Murphy, Melconian y Prat Gay); empresarios que ponen lo suyo para ser elegidos (De Narváez o Macri) y otros que dejan sus puestos ejecutivos para ingresar en la gestión política, como Piccardo (en la Ciudad) o Del Sel (con Carrió). Y también, políticos que se pasaron de rosca y hoy se presentan como empresarios, como Manzano. Las múltiples caras de una misma moneda.