Al haberse cumplido el 18 de este mes un año del fallecimiento a los 72 años, de Leandro Despouy, habiendo colaborado con él modestamente mientras fue Director de Derechos Humanos en la Cancillería, por decisión del presidente Alfonsín, siento la obligación de transmitir cómo lo valoraron algunas de las integrantes que constituyeron un verdadero equipo de trabajo, dentro y fuera del país, cuya opinión suscribo totalmente recuerdan el valor que le otorgaba a la fuerza de las utopías, por las huellas en las personas y las esperanzas que imprimían en la sociedad.
Una verdadera síntesis de su vida, que siempre tuvo esa amalgama entre sus ideales y lo público, incluso durante muchos años y desde el anonimato de su actividad, fue el resultado de militar sus convicciones políticas y sociales más profundas: en la Gremial de Abogados de los 70, en las defensas de presos con Silvio Frondizi. Luego en el exilio en Francia, con la primera denuncia internacional de la Triple A en el Tribunal Russell, junto a su admirado Julio Cortázar. Cuando apenas tenía 30 años.
Pero estas duras experiencias lo marcaron hasta hacerse inquebrantables y abonaron un camino que pocos entendían entonces, el de los derechos humanos, pero que fue advertido por Raúl Alfonsín, con quien estableció un vínculo que perduró sin fisuras hasta el último día.
Así se lo puede recordar, como un hombre tenaz, valiente y honrado, que colaboró con la fiscalía en el Juicio de las Juntas, como el destacado relator de derechos humanos en las Naciones Unidas, protagonizando misiones memorables como la de Haití junto a Dante Caputo; o como el afiliado a la UCR que supo hacer de la AGN –a la que algunos habían convertido en una opaca dependencia de la administración pública– el lugar donde los fondos del Estado se transparentaron para que una ciudadanía por ello todavía lo recuerde, acompañe y retribuya con afecto humano y político.
*Periodista, escritor y diplomático.