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Recuerdos de una vida marcada por el mundial

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Siempre me pregunté qué pasaría si el Mundial fuese todos los años en lugar de hacerlo cada cuatro.
¿Generaría la misma pasión o sería como ver un campeonato más? La Navidad se festeja todos los 25 de diciembre y a la gente le importa mucho. Los cumpleaños, salvo los amargos que no quieren festejar, los celebramos siempre (excepto el que haya nacido en año bisiesto, que ahí sí sería como un Mundial).
Y me pregunto esto porque hay gente que tiene ordenada su vida de acuerdo con cada Copa del Mundo. Dónde estabas en el gol de Maradona a los ingleses. Cuando Goyco atajaba los penales. Cuando una enfermera se lo llevaba de la mano a Diego y le cortaba las piernas.
Mi vida es así: nací en 1978. En el año de un mundial. Sí, lo sé. Un mundial manchadísimo por la situación que atravesaba el país. Pero, en ese momento, yo no lo sabía.
Del ’82 me acuerdo poco y nada. En realidad no me acuerdo nada, si pongo algo acá es porque lo googleo.
En el ’86 recuerdo estar viendo la Copa del Mundo en la cama de mis viejos (sí, todavía dormían juntos, faltaba unos meses para que se separaran). Yo tenía mucha fiebre, estaba mal de la panza, y el médico había dicho que, si me pasaba algo durante los partidos, no lo llamaran. Tengo imágenes de los festejos y que era todo felicidad.
En el 90 yo estaba en la primaria, en séptimo grado, y nos juntábamos con amigos para ver los partidos.
Estaban las chicas a las que les gustaba Caniggia y las del otro grupo, a las que les gustaba Goyco. Yo debo confesar que formé parte de los dos bandos. Hasta que me tuve que definir y me declaré fan del arquero. Tuve un póster de él en calzoncillos pegado en mi pared.
Junté todas las revistas en donde salían los jugadores y lloré cuando llegaron al país. Me acuerdo de los penales. De ganarle a Italia, y sobre todo, de la canción, que claramente nunca pudieron hacer una tan buena.
USA ’94. Esta vez estaba en la secundaria. Cuando la enfermera se lo llevó a Diego de la mano y se supo que el doping era positivo, yo estaba en clase de gimnasia. Me fui a un rincón y lloré. (Debo aclarar que siempre fui un poco melodramática, y con tal de no hacer actividad física, podía hacer cualquier cosa). Pero el llanto fue real.
El del ’98 lo vi con amigos. Y ahí el que me gustaba era Batistuta.
El de Corea-Japón, en 2002, fue el más incómodo. Sí, el más antisocial. Con partidos de madrugada. Poniendo el despertador para verlos, quedarme dormida. Nos fuimos rápido.
En el de 2006 seguramente me gustaba alguno, no sé bien quién era, pero me la juego por Sorín.
En 2010 se me rompió el televisor un día antes del primer partido de Argentina. La puteada más chica se debe haber escuchado desde Sudáfrica. Me fui a un shopping y me compré un plasma de 32 pulgadas a pagar en tres mil cuotas. Me emocioné con Maradona haciendo jueguito como técnico.
Cuatro años más y acá estoy. Empezando a contagiarme, de a poco, con la fiebre mundialista.
Todavía no me conmovió ninguna publicidad. No me compré el álbum. No tengo vincha ni bandera. Hay jugadores que no los registro. Pero ya sé lo importante: cuando me pregunten quién me gusta, voy a decir: el Kun (y, es más, creo que hasta tengo chances de que pase algo con él… pienso que soy su target).
Por eso, este año no voy a decir que tengo 36 primaveras; este año puedo decir que ¡voy por mi décimo Mundial!

*Comediante y actriz.