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Recuerdos políticos

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Mi primer recuerdo de la práctica política debe de ser falso o secundario, un trasplante de la experiencia original que nunca tuve, porque cuando Arturo Frondizi asumió la presidencia yo tenía dos años y por lo tanto es imposible que las primeras imágenes que vi de él se correspondan con el momento en que fueron emitidas. Debe de haberse tratado de una imagen de archivo, si es que la televisión en blanco y negro de la época las tenía y las mostraba, seguramente en algún programa político de la época, si es que existía. Lo que vi era un señor con anteojos culo de botella, narigón, de nuez de Adán sobresaliente y cuello flaco que flotaba dentro del cuello de una camisa blanca. El señor me miraba fijo y me decía: “Vote por mí”. En mi memoria no sobrevive nada de su gobierno, ni el menor atisbo de su derrocamiento, solo restos fragmentarios que flotan en la bruma del tiempo: la importancia desmesurada que le daba a su MID, su pasaje de cierto progresismo independentista al pro norteamericanismo y al anticomunismo rabioso, su entrega a la secta Moon.

Después hay un vacío que cualquier libro puede llenar pero que mantengo así: ni el menor recuerdo de Guido, salvo la sensación extraña de que un varón, cuyo primer nombre era José, tuviera por segundo el de una mujer, María. Como en mi autismo de lector debutante creía que toda respuesta se encontraba en los libros, no se me ocurrió preguntarle a nadie la razón de esa combinación y recién ahora, escribiendo esta columna, encuentro la respuesta: en el nombre del  hijo hacen junta los padres de Jesús (o Yeshúa). Encantos de la teología como hermenéutica de la genealogía y sus misterios. Seguirá.