Como otras tantas veces en nuestro pasado, la restricción externa domina en la actualidad el debate económico y da lugar a un pesimismo creciente por parte de algunos analistas respecto de indicadores sensibles como el mercado cambiario y el nivel de reservas. Es notorio que dicho panorama se sensibiliza luego del freno en la agenda de normalización financiera producto del conflicto con los fondos buitre. En el camino, muchas voces aprovechan esta situación para desparramar un clima de expectativas muy negativo, expresando que todo está mal en materia de políticas oficiales y que nuevamente hay que arrancar de cero.
Afortunadamente, Argentina tuvo mucho éxito en lograr un crecimiento alto con elevados niveles de inclusión social que se sostuvo fundamentalmente con recursos propios (superávit en cuenta corriente hasta 2012) y una política de desendeudamiento que nos hizo menos vulnerables a los shocks exógenos. Por ello, no es lo mismo una restricción del frente externo en las actuales circunstancias que en una economía ingenuamente liberalizada a los flujos de capitales.
Es crucial observar y debatir la situación en el frente externo en función de las posibilidades, no sólo en los próximos años, sino en décadas, observando cada etapa y dilemas que van enfrentando los países para crecer y desarrollarse. Nuestro país logró un ciclo de crecimiento económico inédito, que en un primer momento marcó la presencia del Estado y sector privado mejorando las “cantidades” en las principales variables económicas y sociales (producción, ingreso, inversión, empleo, crédito). Era lo adecuado frente a la urgencia social de la post crisis 2001, reanimar la actividad, abrir las fábricas, dar ingreso y mayor participación a los asalariados y robustecer el mercado interno.
Ahora se nos abre la oportunidad del desarrollo, que implica que seamos capaces de mejorar la calidad de las políticas públicas, la de los servicios, la de la regulación y fundamentalmente la de las instituciones (porque buenas políticas no prosperan con instituciones débiles).
Un país desendeudado y que aún presenta cuellos de botella por resolver en infraestructura e inversiones de base, justamente para trabajar estructuralmente la restricción externa (energía, minería, grandes proyectos en los sectores de insumos difundidos), requiere del financiamiento internacional para dar el salto de calidad. Más aun cuando todavía hay enormes flujos de fondos procurando invertir en el sector real de las economías emergentes.
No tiene sentido (ni resulta factible) procurar enfrentar estos desafíos con recursos propios, dado que la escala de los montos a invertir nos queda lejos. Y menos aún hacerlo de la peor manera, que es presionando más allá de lo aconsejable el déficit de las cuentas públicas con financiamiento que provenga de la emisión monetaria. Es pan para hoy y hambre para mañana, castigando además a la población más vulnerable.
Argentina tiene la oportunidad de recrear un nuevo punto de equilibrio entre el sector público y el privado generando la confianza y la previsibilidad indispensables para atraer inversiones en un horizonte de más largo alcance, como el que requieren las políticas orientadas al desarrollo sustentable.
No debemos inhibirnos en dar este debate, desde cualquier espacio político, ya que en definitiva estamos procurando poner en valor nuestras riquezas dormidas, a favor de crear empleo genuino y de calidad y divisas para tener equilibrios macroeconómicos más fuertes. Y justamente desde ahí plantearnos el sueño del desarrollo. Debemos hacer compatible la estabilidad macroeconómica duradera con una del progreso sostenido, porque de esto también depende que podamos preservar un conjunto de valores y hechos concretos conquistados por nuestra sociedad (presencia del Estado a favor de los más necesitados, YPF, Anses, Aerolíneas Argentinas).
Reafirmamos otra vez la necesidad de trabajar sobre la calidad de la política. La presencia del Estado es bienvenida cuando se amplía en cantidad pero también en calidad, sin ser una amenaza para el espíritu emprendedor del sector privado. Por diversos motivos hemos fallado en el pasado como sociedad en la capacidad de acumular mejoras progresivas a favor del bienestar de la población, que es en definitiva el objetivo supremo de la política. Si somos capaces esta vez de brindar una transición superadora que permita empalmar crecimiento con desarrollo, habremos triunfado en garantizar mejoras continuas que impacten positivamente en la vida cotidiana de todos. Ojalá que así suceda, porque esta vez tenemos todo a favor.
*Presidente del Banco Provincia.