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Retiros y retirados

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Primero va y renuncia un papa, ahora viene y abdica un rey. ¿Qué es lo que está pasando? ¿En qué mundo estamos viviendo? El lenguaje recoge, con sus fórmulas fijas y su refranero (“A rey muerto, rey puesto”; “Muerto el rey, viva el rey”; “Cada muerte de obispo”; etc.), la expectativa de ciertas funciones que no pueden ser sino vitalicias: esa clase de cosas que se hacen de por vida. Porque a la eternidad ímproba de estos linajes y estas santidades tan sólo ha de doblegarla esa otra eternidad, la insobornable, la indefectible, la de la muerte.

¿Cómo reaccionar, entonces, ante la flamante jubilación de Juan Carlos I? ¿Cómo asimilarla, cuando todavía nos dura el impacto del retiro voluntario del bueno de Joseph Ratzinger? Así hablamos de un coronel, a quien agregamos un “retiro efectivo”; así hablamos de un gerente de banco, que nos cuenta que “colgó los botines”. Pero, ¿de un Borbón? ¿De un sucesor de Pedro?
Antes lo más usual era que sólo se fueran muertos (y si no, que le pregunten a Luis XVI, y si no, que le pregunten a Juan Pablo I: sin guillotina y sin tecito, no se movían del cargo). ¿Qué es esto de cansarse y desistir? ¿Nos terminaremos acostumbrando a esta figura hoy por hoy infrecuente: la del “ex rey”? ¿Nos terminaremos habituando a esa condición hoy por hoy excepcional: la del “ex papa”?

Estos monarcas, estos pontífices, sustentan sus tan altas dignidades en alguna clase de potencia del ser: linajes, sangres azules, milenarismos, o directamente Dios. Pero es difícil conciliar ese tan definitivo “ser” con un raro ya “haber sido”, con un inaudito “dejar de ser”. A la espera de los respectivos libros de Zygmunt Bauman (“Papas líquidos” y “Reyes líquidos”), no podemos menos que admirarnos ante el avance incontenible de las fuerzas de lo pasajero, conquistando manifiestamente territorios que antaño pertenecieron el reino de la eternidad.