En octubre pasado tuvo lugar en Roma el Encuentro Mundial de Movimientos Populares patrocinado por el Consejo Pontificio “Justicia y Paz” y por la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. Su declaración final definió como un derecho del campesino acceder a la propiedad de la tierra. Al hablar en dicho encuentro, el papa Francisco pidió: “Digamos juntos desde el corazón: ningún campesino sin tierra”.
Estas declaraciones concuerdan con el espíritu de la doctrina social de la Iglesia, preocupada por los pobres y los excluidos. Y como tales situaciones de exclusión y carencias son resultados de políticas concretas de diferentes tipos de gobiernos, las denuncias hechas a través de diversas declaraciones pontificias han ido acompañadas de críticas a los dos sistemas que se disputaban el monopolio de la dominación política: el comunismo y el capitalismo. Del primero condenaron sus postulados básicos, aun cuando muchas veces han compartido las denuncias hechas desde esa corriente ideológica. En cuanto al capitalismo, pese a coincidir con sus principios de libertad y propiedad privada, lo condicionan fuertemente. En la encíclica “Centesimus annus” se pone límites al ejercicio de la libertad económica (CA 42), y en el “Evangelii gaudium” se establece como obligación de la empresa privada atender al bien común. (EG 203). Más aun, en el “Evangelii gaudium” Francisco llega a definir la economía de mercado como “una economía de la exclusión y la inequidad”, que viola el mandamiento de “no matar” ya que “esa economía mata” (EG 53).
Pese a sus reiteradas críticas a los dos sistemas políticos conocidos, “la Iglesia no tiene modelos que proponer” (CA 43), por lo que no queda claro dentro de qué tipo de organización social y económica se aplicarían sus enseñanzas en general y, en este caso concreto, la entrega de la tierra a los campesinos. Los reclamos por reformas agrarias hicieron parte de movilizaciones sociales en la región hace algunas décadas, de las cuales participaron curas de la llamada Teología de la Liberación, sin que dejaran en claro qué tipo de sociedad promovían a cambio de aquélla de la que querían liberarse. A veces se hizo referencia a la revolución cubana, sin reparar en que en ese tipo de regímenes no hay lugar para la propiedad privada, por lo cual los campesinos no podrían acceder a la tierra.
El rechazo al modelo comunista y a la economía de mercado resulta coherente con las propuestas de la socialdemocracia europea. Sin embargo, la Iglesia no propone éste ni otro sistema concreto, creando un vacío político que alguna vez pretendió llenarse con una “tercera posición” (ni yanquis ni marxistas), y que ahora parece volver a intentarse a través del “populismo” (ni liberalismo ni socialismo), modelo poco elaborado, nada republicano y de facetas múltiples, ya que además de mostrar matices diferentes en países de la región, aparece entre los indignados españoles de Podemos, los xenófobos de Le Pen en Francia y los del UKIP en Gran Bretaña.
Frente al riesgo de que estas declaraciones de la Iglesia sean interpretadas como un apoyo a propuestas populistas, dos comentarios:
1) La subdivisión de la tierra puede dificultar la modernización productiva, para la cual el tamaño de la empresa agrícola es importante. La reforma agraria de Salvador Allende en Chile no sólo no subdividió la tierra, sino que amplió el tamaño de las unidades productivas al sumar la superficie de varios campos expropiados para crear los CERA (Centros de Reforma Agraria). De existir latifundios improductivos, hay políticas más eficientes para combatirlos sin volver al minifundio;
2) No hay dudas en cuanto a la validez de muchas de las críticas que se hacen al capitalismo, que además debe resolver fenómenos nuevos para los que no tiene respuestas, pero las propuestas deben hacerse innovadoramente, mirando al futuro y sin insistir en experiencias del pasado.
*Sociólogo.