¿No será que el aparato psíquico es como la vestimenta? El abrigo o el traje sastre o el jean y la remera, o lo que sea, vienen a ser lo que dice la voz alta. Si seguimos para abajo o en profundidad, la ropa interior es lo que en realidad esa voz quiere decir o debería decir; y allá después está una misma o uno mismo, carne y hueso sin voz, que es lo que tiene el significado puro. Tomemos un ejemplo concreto para no irme por las ramas. Pensemos en algún personaje conocido porque está en los altos niveles de un gobierno. Pensemos en una señora que cambia de vestido tres veces por día y que dice algo que se presume importante: “dice” el vestido o abrigo exterior. No sabemos, claro, nada de su ropa interior, que viene a ser lo que en realidad significa eso que expresa el vestido número tres del día de la fecha. Y mucho menos lo que hay debajo que viene a ser ella misma pero corregida y aumentada por medios conocidos o sospechados. No le creo nada al atuendo exterior de turno. Esta hipotética persona dijo al asumir sus funciones: “Yo no soy feminista; soy femenina”, estupidez mayúscula que suelen decir machistas femeninas y masculinos que no saben nada ni han leído nada en lo que a mujeres respecta y que por lo tanto, estamos seguras aunque no la hayamos visto, usan ropa interior que choca con el traje sastre exterior y que nada tiene que ver con la verdad contundente que hay debajo. Después vinieron negaciones y correcciones y más pavadas acerca del hecho contradictorio y doloroso del ser mujer, y el traje exterior cambió y cambió y cambió pero (sospecho) la ropa interior continuó siendo la misma. Pruebas al canto: no hay ninguna política gubernamental, en algo más que palabras, que tenga en cuenta la situación de las mujeres.