Un amigo sube en Facebook un aviso (o flyer) anunciando que el día X va a dar una clase o curso o conferencia sobre periodismo y verdad. No puedo resistir la tentación de preguntarle si tratará acerca de la figura retórica del oxímoron.
Maldita sea la maldad pueril, pero lo cierto es que si uno lee de manera concienzuda los diarios y escucha las porquerías vociferantes que propalan las radios y los canales de TV se encuentra con un combinado de intrigas y operaciones que te rompen la cabeza o sirven de soporte a tu fe trabajosamente. Y la fe es el último recurso de todas las religiones en defensa del absurdo de su argumentación, cuando no la noticia un tanto vieja de que hace tantísimos tiempos hubo alguien que conoció o recibió la visita de un Dios que se escondía detrás de una zarza ardiente (¿estaría desnudo?).
Hablando de fe, esperanza y caridad, me llama la atención el enojo, la malversación y la falaz interpretación que produjeron –cuando no– las razonables palabras de Francisco I acerca de la propiedad privada como valor secundario respecto de otros. No es que compartamos creencias ultraterrenas, ya que él posee una bastante sólida y yo me afirmo en creer que no tengo ninguna, pero lo que dijo está en consonancia con las afirmaciones de las ciencia de que, o hacemos algo con este mundo que es nuestro habitáculo colectivo, o nosotros y nuestros pinches dioses y estúpidas y precarias convicciones desapareceremos del planeta mucho antes que nuestras hermanas las cucarachas.