El cáncer es algo que al cuerpo le sucede, al igual que cualquier otra enfermedad; pero también es algo que el cuerpo hace, y en eso su carácter es distinto. Cualquier enfermo cobra conciencia de lo que implica tener un cuerpo y tiende en la convalecencia a fusionarse con él, a ser los dos una misma cosa ante el padecimiento obligado. Pero en el cáncer es el propio cuerpo quien se ha vuelto en contra, padece y agrede a la vez, y el enfermo en parte lo siente ajeno y hasta tiene que lidiar con él.
No he visto por estos días que nadie escribiera “Viva el cáncer” en los muros de la ciudad. En el ’52 sí lo hicieron, lo que lleva a pensar que, según parece, también los gorilas han hecho progresos en materia de civilización. Les agrada señalar barbarie en sus oponentes, pero lo cierto es que ellos mismos se han portado como bestias a menudo. El peronismo, por su parte, tiene una cuenta pendiente con el cáncer desde hace cincuenta años. Ahora se dispone a ajustarla.
Los deseos de una pronta recuperación para la presidenta argentina han brotado en abundancia tanto de parte de aquellos que la apoyan como de aquellos que son sus opositores. Pero el relato de esa recuperación deseada no es igual en un caso y en el otro. Los adversarios han hecho votos para que la ciencia resuelva el percance, para que los médicos sanen a la paciente, para que salga bien la operación del día 4. Los adherentes en cambio la ubican a ella (“Fuerza Cristina”) en lucha contra su propio cáncer. Cuando se cure, cuando se sane, será ella la vencedora, la heroína de una nueva batalla.