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Sanders versus Trump

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Bernie believers. Los seguidores del senador hacen ruido en las primarias. | afp

La polarización política floreció en Estados Unidos hace décadas y generó dos identidades que podrían medirse en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre, si el senador Bernie Sanders conquista la nominación demócrata. El proceso comenzó en las bases y, luego, reverberó al interior de los partidos, cuyas élites se opusieron sin demasiado éxito. El clivaje que divide a la sociedad estadounidense puede rotularse con distintos nombres, pero, en definitiva, es el mismo: liberales versus conservadores, establishment versus “pueblo”, globalistas versus antiglobalistas y demócratas versus republicanos. Sobre esas fracturas construyen sus candidaturas Donald Trump y Bernie Sanders.

En el libro Democracies Divided. The Global Challenge of Political Polarization, los académicos Thomas Carothers y Andrew O’Donohue sitúan la génesis de la polarización en las décadas de 1960 y 1970, con el surgimiento del movimiento de los derechos civiles, la oposición a la Guerra de Vietnam y la revolución sexual. “De la vorágine surgieron dos visiones enfrentadas de Estados Unidos: una visión progresista que abrazaba un cambio sociopolítico de gran alcance y una conservadora que buscaba bloquearlo o limitarlo. Los políticos y los partidos políticos fueron lentos en utilizar la brecha emergente en su beneficio”, sostienen. El surgimiento del Tea Party tras la elección de Barack Obama y, luego, la candidatura de Trump son una causa de la polarización y también un síntoma de ella.

El fenómeno se refleja en el consumo de noticias de los estadounidenses. Según un estudio reciente del Pew Research Center, la mayoría de los votantes republicanos, un 60%, se informa mirando Fox News. CNN es la cadena preferida por los demócratas: un 53% sigue su programación. Pero consumir un medio de comunicación no implica coincidir con su línea editorial o confiar en su información. De hecho, un 24% de los republicanos mira el canal de Ted Turner. De ellos, más de un tercio desconfía de su fidelidad.  

El presidente fue el que mejor usufructuó la “grieta” para acumular poder. Con un sistema electoral que funciona como un poderoso obstáculo para el surgimiento de una tercera fuerza con chances de ganar las elecciones nacionales, el magnate inmobiliario descartó en 2000 candidatearse por el Partido Reformista, que ese año postuló a Pat Buchanan y tan solo obtuvo el 0,4% de los votos. “Trump me dijo: ‘Rog, solo puedes ganar como republicano o demócrata. Lo independiente no funcionará’”, afirma su ex consultor político –hoy en prisión– Roger Stone en el documental Trump: An American Dream, de Netflix.

Descartada la idea de romper el bipartidismo, desafió a los republicanos desde adentro, participando en 2015 de sus primarias. El establishment, que prefería a Jeb Bush o Marco Rubio, lo catalogó como un advenedizo e intentó bloquear su nominación. La intensidad de sus bases, su omnipresencia en la prensa y su capacidad para recaudar dinero lo llevaron a la victoria, torciéndoles el brazo a los líderes del partido. La rendición incluyó una conversión republicana al credo ideológico del periodista de extrema derecha Rush Limbaugh y de la Fox. Ahí estaban los votos; eso pedían las bases, desencantadas con la política tradicional.

Hoy, el Partido Demócrata enfrenta un desafío similar. Sus líderes y un sector de la prensa rechazan la nominación del senador por Vermont con el argumento de que espantará a los votantes moderados, facilitando la reelección del republicano. Pero lo que no perciben es que ese centro, por el que los dos partidos compitieron en elecciones anteriores, ya no existe. El presidente lo pulverizó, apelando a la división como un medio para obtener votos y gobernar. Los demócratas necesitan no solo redefinir su contrato social con su electorado, sino sumar a los que en 2016 no fueron a votar. Y Sanders, como Trump en el bando republicano, tiene el apoyo de las bases más movilizadas y desencantadas con el statu quo.

En las elecciones competirán dos polos centrífugos. El país no es más de los Biden ni de los Romney. Es de Trump. Y también de Sanders.