Cristina Fernández de Kirchner le declaró una guerra política de desgaste a Daniel Scioli. Y no se trata de un capricho o de un enojo circunstancial. Es una decisión estratégica y meditada en una mesa chica del cristinismo donde tallan Carlos Zannini y Horacio Verbitsky, quienes neutralizan la opinión en contra de Julio De Vido. El objetivo es evitar que el heredero del kirchnerismo sea alguien como el gobernador bonaerense, a quien caracterizan como “neoliberal”. Se trata de un combate apasionante por el poder entre el progresismo y el peronismo que, por ahora, es sólo de ideas y zancadillas.
Algo parece haber cambiado sutilmente entre Néstor y Cristina. El nunca le hizo asco a su pertenencia a la ortodoxia pejotista. Sus comienzos en Santa Cruz fueron de la mano de su cuñado, Armando “Bombón” Mercado, y del sindicato petrolero que respondía a Diego Ibáñez, quien hoy sería calificado como de derecha por el cristinismo duro. Ella, en cambio, con lecturas más sofisticadas, siempre pensó que la izquierda cultural de los artistas y los derechos humanos debía ser el eje de su proyecto y no un accesorio. Eso es lo que hoy está crujiendo.
Un funcionario nacional preocupado por su futuro explicó la pelea con precisión de cirujano: “En el mejor de los casos, si ganamos, a Cristina le quedan cuatro años sin reelección y sin ningún delfín. Eso significa que a los dos años ya empezamos a debilitarnos porque comienza la lucha por la sucesión. Por el contrario, en ese esquema, Daniel tiene por delante cuatro años más de gobernador y ocho posibles de presidente: 12 años manejando cajas y poder. ¿Sabés lo que significa eso para el instinto justicialista? Sería terrible que después del esfuerzo tremendo que hicimos sea Scioli el que se quede con todo”.
Por eso, los que le temen a la intemperie empujan para cortarle las piernas a Scioli. Es ahora o nunca. Carlos Kunkel precipitó el impulso de Martín Sabbatella y su colectora, que es la principal herramienta en esas hostilidades. Otra es la ofensiva para bajarle ministros, empezando por Ricardo Casal. O el intento de convertir a Alberto Fernández en el eje del mal por su vinculación con Scioli. Juan Cabandié lo acusó de ser “vocero de Magnetto” y Aníbal dijo que “era el único jefe de Capaccioli”.
Los que diseñaron estas refriegas confían en que la lealtad de Scioli va a digerir semejantes ataques, aunque el 23 de octubre coseche menos votos que Cristina o que incluso pierda a manos de Francisco de Narváez, producto de la división del voto oficialista.
Es un escenario muy peligroso y de cornisa, porque del otro lado los intendentes bonaerenses no son carmelitas descalzas y también están decididos a jugar fuerte. Han ocurrido verdaderos milagros, como la recuperación de la voz por parte de Hugo Curto. Habló por Radio Provincia (otro dato) y acusó a Sabbatella de traidor y lo comparó con Cobos. Fue un tiro por elevación a la Casa Rosada. Curto es un metalúrgico pesado que aprendió pragmatismo al lado de Lorenzo Miguel y que fue muy leal a los Kirchner. ¿Por qué salió tan fuerte entonces? Para cuidar su pellejo. Curto y varios intendentes más hablaron en defensa propia porque las colectoras les pueden hacer perder el poder municipal. Ya sea porque no ganen en las urnas por la dispersión, no de precios sino de votos, o porque aunque triunfen, pierdan el control del Concejo Deliberante. En los ásperos territorios bonaerenses, el que no tiene mayoría en la Legislatura saca un pasaje hacia los tribunales, con escala en la estación “Destitución”.
El viernes 18 chocarán los planetas. En el sindicato de camioneros de Sierra de los Padres, Hugo Moyano, después de curarse en salud, cerrar filas corporativas y defender a su amigo Gerónimo Venegas, reunirá a la conducción provincial del PJ. Los que están en contra de las colectoras, ¿vaciarán el encuentro o darán la pelea para transformar sus opiniones en un comunicado oficial del partido?
Los principales asesores de Scioli –es decir Susana, Mirtha y Marcelo– le han recomendado que no se deje acorralar. ¿Qué significa esto? Los barones del Conurbano y varios integrantes del Gabinete le armaron a Scioli un menú de posibilidades. La más suave es que el Senado bonaerense se exprese institucionalmente contra las colectoras y le pida al gobernador que convoque a elecciones en una fecha distinta a las nacionales. Esa sola movida sacude todo el tablero. Scioli tiene facultades para hacerlo por decreto, según la Ley 5.109, capítulo 18, artículo 116. Debe llamar a elecciones entre el 10 de agosto y el 10 de noviembre.
Los intendentes más amenazados con la posibilidad de perder sus distritos son más duros todavía. Le han dicho a Scioli que se ponga al frente y que si el kirchnerismo redobla la apuesta, están dispuestos a romper y apoyar la fórmula Scioli presidente- Massa gobernador. Son peronistas en estado puro: van con Cristina a la cabeza o con la cabeza de Cristina. Y no se les mueve un músculo.
El kirchnerismo confrontó con medio mundo y, en general, salió victorioso. Pero esta vez se han metido con un enemigo muy poderoso: el peronismo. Salvando las distancias, se podría repetir la frase de Julio Bárbaro de que los Montoneros le quisieron enseñar peronismo a Perón. Hoy no están ni los Montoneros ni Perón, pero sus fantasmas y ciertas lógicas siguen instalados en el ADN de más de uno. Hay vestigios de elitismo vanguardista y autoritario, blanco y bienpensante que no entiende al morochaje sudoroso, a esos feos, sucios y malos que expresan en muchos aspectos los niveles de conciencia popular. Algo así como Gramsci contra Tinelli. Ni Ernesto Laclau les ayudó a salir de esa mirada conspirativa que los mantiene encerrados en la burbuja de un marxismo jurásico. Con todo a favor son capaces de chocar de nuevo. No vaya a ser que, otra vez, los imberbes y los estúpidos se vayan de la plaza y conduzcan a otra generación a una nueva derrota que entonces fue militar y ahora sería política. Son momentos históricos incomparables por la dimensión de la tragedia que significó el terrorismo de Estado, pero pueden coincidir en la frustración de otro proyecto liderado casi por los mismos mariscales.